8 de julio de 2007

Cuento 1

Te vi en la ciudad, en la calle, en la noche; y entonces te quise, para luego escuchar tu mirada iluminando la lluvia, fabricando arco iris, y querer volver a buscarte. ¡Cómo habré querido verte en esa noche de abril, para que hicieras de mi noche un lindo día de primavera!... Y entonces te busqué en la ciudad, en la calle, en la noche, y en el sonido del final del arco iris, y no estabas.

Entonces comencé a idear un plan para verte, y retenerte, aunque fuera en mi memoria, para que mis días lluviosos, aunque fuera, se volvieran nublados, y mis noches se volvieran un amanecer eterno. Y lo ejecuté.

Salí de mi casa, y con la ayuda de las abejas, pude llegar a las flores más coloridas, y entonces, arranqué algunas y pude hacer un arco mediano, pero hermoso, para luego complementarlo con pedacitos de cielo que arranqué desde mi ventana, los tomé prestados, y juré devolverlos antes del siguiente invierno; y pegué todo con escamas de peces pequeños, que derramaban gotas de agua de río, como si fuera lluvia, pero lluvia diminuta, de esa que no da mucha gripa, pero a veces hace cosquillas... contemplando mi obra buscaba lo que le faltaba, y después de algún tiempo, de mirarla por los lados, por arriba y por abajo, me di cuenta de que lo que faltaba eras tú. Era evidente, sin tu presencia los pétalos se veían marchitos, los pedacitos de cielo no tenían ni gota de sol, y las escamas no reflejaban la luz que penetraba en el agua del río... Y, entonces... ¿qué podría yo hacer? ¿Dónde más te iba a buscar, lejos de el pequeño paraíso prestado que hice para nosotros?...

No fuiste, y mi trabajo quedó en vano, a punto de desplomarse en una tormenta de amargas lágrimas, entre granizo y truenos. Fue entonces cuando me vi reflejada en un diminuto charco debajo de una escama gigante, y te vi, reflejado en mis ojos, y comencé a buscarte a mis lados, detrás mío, en mi sombra y en mis manos, y no te encontré, pero, finalmente, comprendí.

Y te busqué entonces en mi ciudad, en mi calle y en mi noche, en el reflejo de mis ojos, y, fue ahí donde, por supuesto, te encontré siempre, como un estruendo de luz de miles de colores, en el agua, en los espejos, en los cristales de las vitrinas; y pude hacer de la noche un hermoso día soleado, pero con brisa suave y nubes brillantes. Fui capaz de retenerte en mí, en mis pies, en mi cabello, en mis pestañas, en mis labios, en mis dientes y bajo mis uñas. Y desde entonces te amo.