- No, mentiras - le decía el mesero - Usted no
es tan mal mago. Pero no se ponga bravo conmigo, porque el que casi mata a esa
vieja con la espada de plástico fue usted, no yo.
El mago lo miraba de reojo, desde el butaco, callado,
mientras tamborileaba los dedos sobre el sombrero de copa. Se levantó como
arrastrando la pereza con los pies cubiertos de brillante charol, vació los
bolsillos en el morral de cuero, dobló la capa y la guardó también. Suspiró con
tal ímpetu que se vio al borde del atoro, pero retomó fuerzas y empujó
lentamente la mesa contra la pared, le dejó comida al conejo en la jaula y puso
el sombrero y el morral al lado del baño, apenas cubiertos por la sombra de un
telón desteñido y remendado. Al final, levantó el butaco con una mano y lo dejó
al lado de la jaula del conejo.
- Si soy malo, me da igual hermano - le
respondió desamarrándose el corbatín. - Y si casi la mato... pues de alguna
manera habrá de ser, pero tendrá que ser más simbólica porque necesito a mi asistente
para los actos con los que me pago las borracheras de los sábados y los
purgatorios de guayabos de los domingos.
El mesero barría la tarima, a veces asustando
al conejo con las cerdas de la escoba que se entraban a la jaula, mientras que
el mago colgaba el smoking y quedaba en camiseta y boxers, apresurándose a
ponerse el jean porque soplaba una brisa helada en la soledad del pequeño bar.
Los zapatos de charol quedaron debajo del butaco, para que los tenis de detrás
de la barra del bar tomaran su lugar.
-Dígale que la quiere, ¿para qué le pierde más
tiempo a eso? Ya todos sabemos que se pone como una fiera cuando alguna vieja
de las mesas le manda borracha algún papelito conmigo y que ya no le da esa
pena de ponerse el vestidito rojo ceñido...
El mago se ponía el abrigo de paño y la
bufanda con parsimonia, rumiando pensamientos, procesando con dificultad lo que
le decía su amigo. Sí, era cierto, pero no era suficiente. El mesero se quitó
el delantal y guardó la escoba, se puso la chaqueta, cerró con llave la caja y
salieron juntos del área de licores, fumando de los cigarrillos sin filtro que
dejaban a veces los clientes en las mesas y restregándose la manos, como
queriendo sacudirles el frío.
- No le ha vuelto a hacer berrinches con los
papelitos de las clientas, ¿o si? Igual se fue con ese tipo... No se por qué
insiste en que le diga que la quiero, César...
- Porque usted la quiere y me va a terminar
pegando esa depresión tan mamona, que además la tiene por su pereza de decir
las cosas. Dígale, dígale un día... Las viejas se cansan también, ¿qué quiere?
¿que ella lo reciba con flores después de lo que le dijo?
El mago escuchaba callado, sin devolver
siquiera la mirada. Recordaba a retazos el día de la pelea. Rellenaba con
ficción lo que su memoria se negaba a aportarle, lo que su entendimiento se
negaba a explicarle. Pero por más vueltas que le daba, llegaba siempre a la
misma conclusión.
- ¿Y qué esperaba? - le dijo deteniéndose para
apagar el cigarrillo en el andén con la suela del zapato izquierdo - ¿No ve que
se fue con ese tipo cuando yo estaba que me la llevaba de vacaciones al lado
del mar? Me faltó fue endeudarme para comprarle anillo de compromiso a ver si
hacía la payasada completa... "Moni, pero me habías dicho que no fue por
otra persona"... "Moni, ¿Cómo así que te dejaste llevar?"...
"Moni, pero la semana pasada me decías que me querías y me cuidaste la
gripa"... Le valió huevo. Y sí, la quiero, pero ¿y qué con eso?
Ambos acabaron de montar las sillas en las
mesas, apagar las luces y sacar la basura, y salieron a la lúgubre calle.
Comenzaron el camino en un silencio sepulcral, que rompio César con su tardía
respuesta.
- Cuando eso pasó ustedes ya no eran nada,
ella era libre de irse y hacer lo que quisiera… Usted parecía una cacatúa
regañándola, menos mal este bar era pésimo y no había casi clientes.
- El ridículo de quererla sólo se acerca al
marica conejo mordiéndome cuando lo sacaba del sombrero al principio, y ahora
me toca sacarlo como a él le gusta, sin jalarle las orejas – repuso, cerrándose los últimos botones del
abrigo –, pero ¿qué puedo hacer? Se fue definitivamente con ese tipo, no me
habla, ¿o es que usted no ve? ¿usted es sapo selectivo? ¿Ve lo que quiere para
venir a sermonearme, pero no se acuerda del por qué ella ya no está aquí con
nosotros camino a la misma cuadra?
César sonreía, como burlándose del pobre mago.
Sí, el conejo hasta le había alcanzado a roer las mangas de la camisa, era
cierto. Pero seguían haciendo bonita pareja, peleando, además, cada uno por su
lado. "César, pero no se qué le pasa a Raúl conmigo, si cuando todo eso ya
habíamos terminado y me dijo que quedáramos de amigos, y no me da ni las
gracias cuando le cambio el agua o le dejo comida al pobre Tritón cada vez que
a él se le olvida… ¿Qué te ha dicho?... ¿Está saliendo con la vieja esa o qué
es la vaina?". El mesero se encojía de hombros y se echaba a reír ante la
mirada furiosa de Mónica. "Yo qué voy a saber, pregúntale tú. Mándale una
notica como la mona recursiva ésta, la de la mesa 7...".
- Raúl, hable con ella, no está con ningún
tipo o no andaría pendiente de las borrachas que le saltan encima a usted, no
me ponga en la mitad, que aparte de que la pelea no es mía, puedo salir
perdiendo de todas formas. Es lo único que le puedo decir.
- Ah, entonces ella sí estaba saliendo con ese
tipo pero no me lo quiso reconocer. Yo sabía, me da igual, que haga lo que
quiera – siguió caminando encogido de hombros – ni que fuera la única vieja en
el mundo.
- No, no es la única vieja en el mundo, pero
es la única que le amarga la vida – Alegó César, cubierto por la mirada
envenenada de Raúl – Hermano, eso fue en enero y estamos a julio. Ustedes no
eran nada cuando el tipo la vino a recoger, y sí la vino a recoger en carro,
pero eso no dice nada, ¿No que habían terminado por las buenas? Si me va a
dejar botado en este enredo, al menos dígame por qué habían terminado.
Raúl caminó unos pasos sin musitar palabra,
escoltado por el viento y por las luces mediocres que iluminaban esas calles,
exhalando rabia sin responderle aún a César. En cuanto encendió otro
cigarrillo, dio un largo suspiro, y luego de dos bocanadas de humo, habló.
- Porque nuestros horarios no coincidían, ¿se
acuerda? No nos veíamos nunca, y siempre que nos veíamos era una pelea de los mil
infiernos porque siempre estábamos cansados de la universidad, de las copias y
de la tesis. Casi que el único contacto era el show de magia, pero yo odiaba
que los viejos esos la miraran, y ella se enfurecía de que las cuarentonas esas
se me insinuaran.
- Sí me acuerdo - respondió César prendiendo
el último cigarrillo de la cajetilla que cargaba en el jean-. Pero ustedes se querían, y después de terminar
parecían más novios, hasta que la vino a recoger ese man en carro y usted le
hizo esa escena frente al barman, que quién es ese tipo, que no lo jodiera y
que no le perdieran más tiempo a eso ¿se acuerda? El pobre Jorge casi se muere
de un infarto de la risa y decía "¡¡ QUE PASE EL DESGRACIADO!!"
mientras Mónica lo miraba como un zapato y se iba al carro ese que la estaba
esperando afuera. Ay, hermano - se detuvo para aspirar de nuevo el cigarrillo -
no me mire así. Si hizo semejante espectáculo por un sprint, quién sabe qué
pase con todos nosotros si a su exnovia la recogen en un Audi.
Raúl trató de ocultar, sin mucho éxito, la
risa que tenía contenida detrás de los labios. Ambos siguieron caminando hacia
el oriente, hasta que se terminaron riendo los dos. César la hizo una seña, y continuaron
juntos hasta su casa. Sacó dos cervezas de la nevera y las llevó a la sala,
donde lo esperaba Raúl.
-¿No le pareció linda cuando llegó la primera
vez? -dijo Raúl, con la sonrisa de un niño en navidad - Con la camisa
rosada esa y el moñito negro...
- Que parecía un regalo, sí, sí me acuerdo- lo
interrumpió César - Y recuerdo su cara de idiota con ella desde ese
momento. Con Jorge hacíamos apuestas a ver cuándo se iba a aparecer usted con
una chocolatina o una flor, y cuando nos cansamos de apostar sin que usted se diera
cuenta de que ella le copiaba de manera más o menos igual de evidente a usted,
con la risita nerviosa y lo que se bañaba en perfume, a usted le dio por
invitarla a un tinto antes del ensayo del día siguiente... La vieja se
dejó comprar con la chocolatina esa que usted le traía derretida en el bolsillo
de la camisa.
Raúl destapó las dos cervezas, y luego de
darle un sorbo a la suya hizo una mueca de aprobación.
- Bueno, lo reconozco, yo estaba embobado con
ella. Pero usted no diga nada, Paula le dio tres vueltas y si aparece quién
sabe qué pase con el genio de esa mujer… Salimos los cuatro a pelear, ¿Qué le
parece?
- Paula está embarazada del arquitecto ese y
se van a casar, - le respondió con una sonrisa de sorna- si quiere salimos los
cinco, ¿le parece mejor eso?
- No sabía, lo noto aporreado. Yo sólo lo
quería invitar al plan.
- Gracias – le dijo César quitándose los
zapatos y dejándolos en la cocina- Ya me
entretienen suficiente ustedes dos.
Raúl también se quitó los zapatos, pero los
dejó debajo del sofá, y luego de la última bocanada de humo, apagó el
cigarrillo en el cenicero de coca- cola que había en la mesita de la sala.
- Mire, - continuó- la diferencia es que usted quiere a Mónica, y
ella lo quiere a usted. Al final, cuando yo estaba con Paula, el punto no era
querer estar con ella por quererla, sino por no dejarme ganar en eso que me
metí a jugar solo y terminó jugando conmigo. Y perdí, ¿no vio?
Ambos se terminaron la cerveza en silencio,
sin mirarse un rato. Raúl tamborileaba los dedos en la lata vacía y César
reposaba sentado en el sillón con las manos en los bolsillos. Al fondo sonaba
la música de una discoteca pequeña de barrio y los borrachos vociferando en los
andenes.
- Llámela - le dijo César luego de levantar
las latas- Y si quiere quédese a dormir ahí hoy, ya sabe dónde están las
cobijas.
Raúl se trataba de amoldar en el sofá una y
otra vez. Se sentaba con la pierna cruzada, con las piernas estiradas en el
piso, con los dos pies sobre el sofá, sin sentirse del todo cómodo. Al final se
recostó de lado en el espaldar, y tomó un largo respiro.
- ¿Y qué le digo? ¿No será que me manda al
carajo? Hoy me miró muy mal…
- Pues sí, es que hoy usted casi la mata con
la espada de plástico. Y no venga ahora a decirme que se movió del lugar en la
caja, a usted lo traiciona el subconsciente – le dijo dándole un golpecito en
la cabeza, que el mago quiso evadir, pero al correrse estuvo a punto de caerse
del lado del sofá con la pata rota. Ambos se rieron.
Raúl se quedó ahí sentado, desmenuzando
pensamientos, gesticulando a veces con las manos, pero, en medio de cada
monólogo mudo, siempre volvía a la mueca de desesperanza, de cansancio, de
rendición. César lo miraba con lástima desde la cocina, y en cuanto terminó de
lavar los trastes, se sentó a su lado.
- Dígale que usted ha sido un idiota y que al
fin me hizo caso de decirle que la quiere, porque además ya ninguno de los dos
está haciendo tesis, así las cosas podrían funcionar sin que ella
me regañe por llevarle las razones de estas zungas busconas, y sin que usted me
pregunte todos los días si ella está saliendo con el tipo del sprint
destartalado. Duérmase, ¿sí?
César se fue a su habitación, y aunque Raúl se
quedó pasmado un rato en la sala, terminó levantándose por las cobijas y
garabateando una libreta que se encontró en la cocina. Escribía, tachaba,
arrancaba las hojas. Encendía otro cigarrillo, volvía a comenzar. A veces se
detenía a mirar por la ventana, pero regresaba mecánicamente a la tarea de
escribir, de tachar, subrayar y dibujar flechas. Al final, y sin saber si
estaba satisfecho con el resultado del ejercicio, se dejó vencer por el sueño
encima del sofá de cuero a pesar de las cortinas abiertas y el ruido de la
calle.
A la mañana siguiente, César se despertó con
la voz de Raúl en el teléfono del corredor, con los dedos untados de tinta y
con los papeles arrugados en la mano izquierda, con un poco de sudor.
- Moni... Mónica, soy Raúl, (…) no, no vayas a
colgar, llamo en son de paz. – le dijo descartando los papeles, arrugándolos y
tirándolos al piso – (...)Ya se qué he sido un idiota, César me dijo, pero está
bien reconocer que todo esto es porque todavía te quiero, y… y me acuerdo mucho
de cuando llegaste la primera vez a trabajar en el bar con nosotros, que
estabas toda linda con tu moño negro y la camisita esa rosada (...) Moni, las
circunstancias han cambiado, ¿No crees? (…) sí, ya no estamos haciendo tesis
(...) ¿si? ¿Esta tarde entonces?