8 de agosto de 2013

Reflexión 31 - El blog estrena inquilino...

Mis decisiones se regían por esquemas. Esquemas que variaban de una circunstancia a otra, que cedían sus márgenes a otros esquemas, que se reinventaban cada vez que fallaban, que conocían de clima y fecha, de cansancio, de desesperación, de suerte y de euforia, pero esquemas al fin y al cabo. Yo vivía cómoda y feliz entre todos los muros y todos los laberintos, por eso no los saltaba, sino que los pintaba de colores, los adornaba con perlas y lentejuelas. Ahí estaba cómoda y algo segura, pero como se me olvidó montarle techo a la obra, a veces miraba al cielo y me sentía insatisfecha. 

Y se te ocurrió aparecer, de la nada o del azar, de la impuntualidad o del cambio de planes, daba igual, ahí estabas, y saliste original y no te fuiste. "Uno más en la clase", pensé al principio. "Uno más en el crew de facebook", pensé luego. No te ofendas. Tenía las puertas cerradas, los muros altos y con cercas eléctricas, no pensé que fueras más, ni que yo fuera más para ti, y no es porque no crea en ti o en mí, es porque no estaba en los planes que alguien pasara de ahí. Como los deseos terminan permeando los sentidos, no pude ver nada de lo que pasaba a mi alrededor, la verdad no se qué pudiste percibir tu desde afuera.

De alguna forma que aún hoy no descifro - da igual-, entraste. No se si trasnochando conmigo, no se si te las ingeniaste para que me interesara en tus cosas, no se si simplemente existiendo entraste. No lo se. Cuando me di cuenta estaba caminando contigo en la calle agarrados de la mano, y para ese momento ya habías saltado rejas, muros, enredaderas, laberintos, negativas y cansancios, como quien no quiere la cosa. Y lo hiciste así porque no ibas a encajar en mis tablas, en mis medidas, en mis esquemas, y jamás ibas a caber porque estaban mal por varios lados: Estaban mal de cimientos (derribaste todo, debes estar orgulloso), y estaban mal de concepto si no ibas a encajar por las buenas en ese lugar que ahora te pertenece. 

Eres todo lo contrario a mi amor ideal, pero al fin y al cabo el amor es cosa de humanos y no funciona con ideales, afortunadamente para ambos. Lo drôle es que lo buscaba así la que te habla, como si no fuera yo el absoluto revés y contrario de los esquemas de otros alguienes. Sentí los terremotos y los tsunamis, todos, cuando derrumbaste mi iglú chambón a tu paso, mientras yo buscaba motivos sentimentales, lógicos o fácticos para escaparme por sentirme tan vulnerable; luego los terremotos y los tsunamis dejaron brotar chispas y confetis, porque lo que tenían en el fondo era emoción de que alguien fuera tan valiente o tan despistado de ponerse en esa tarea. Cuando llegaste ya no estaba mi fuerte apache de sábanas, no ha habido una razón para que yo huya de la alegría por el simple miedo a que se me escape de las manos. Ya no hay rejas con corriente eléctrica, pero estás tu para cuidarme cuando paso la calle; ya no hay laberintos que cruzar, pero estás tu para hacer plan de septimazo de cumpleaños de Bogotá; ya no hay muros de concreto y hierro, pero están tus abrazos que me hacen sentir en un fuerte nuclear. 

No me importa que cada uno viva en una punta de Bogotá (aunque despedirse temprano es feo), que me hables en arameo (igual que mi conciencia y mi experiencia) de tus quehaceres en el Mall Mario Laserna, ni que no entiendas mis broncas a – ante – bajo – con – contra – de – desde – durante – en – entre – hacia – hasta – mediante – para – por – según – sin – sobre – tras – versus - vía la Rama Judicial y sus secuaces, porque en últimas con o sin eso, puedo siempre pasar un buen rato contigo, importa que estamos, que te gusta pensarme y que tu presencia me calienta el alma, que dan igual tus dioses o los míos si ambos creemos en nosotros y al acostarme estás en mis oraciones.


Parpadeé y ahí estás. Mis días siguen siendo la lucha entre el ocio y el caos, me canso, me asfixio, me rio, triunfo y fracaso, pero al final estás tu. Me preguntas cómo estoy, me robas un par de sonrisas (aunque se quedan en ambos) y me pones tu bufanda. Al final resulta que no tengo rutinas, peor haces parte de ellas. Al final me importa poco de dónde vienes (aunque tus historias son encantadoras) o quién vivió antes en tu corazón (o en el mío), sino que te gusta mi sonrisa y a mi tu respiración. Al final no importa que esté vulnerable o cansada, porque quiero vivir esta felicidad un rato. Al final quiero ir a cualquier lado, de verdad cualquiera, así sea a perderme, con tal de encontrarte, porque rompiste obstáculos y eres mejor de lo que esperaba. Al final no me escapé.