27 de abril de 2011

Fragmento 13



[...] A veces simplemente ella no estaba cuando la buscaba. Algunas de esas veces la extrañaba, y veía lluvia hasta en el día de verano más seco. Sentía mi piel agrietarse por sus caricias y sus besos ausentes, las noches eran frías y aunque me pusiera toneladas de tela encima, mis pies no se calentaban jamás, o no al menos hasta que me vencía el sueño. La recordaba tan hermosa cuando despertaba a mi lado, cuando reía e incluso en el reflejo de los destellos de sus ojos cuando sus terquedades le salían bien.

Otras veces, por lo general luego de pasada la nostalgia, me poseía la ira. La sangre hervía en mis venas, las dilataba y no me alcanzaba el pecho para respirar sin sentir todo el tiempo el desespero de estar inhalando con todas mis fuerzas, y a pesar de ello, sentir que me estaba ahogando entre la fiebre y la zozobra. Las heridas de mis manos antes secas empezaban a arder, en especial cuando apretaba mis puños sin descanso para tratar de contenerme. Me acostaba cansado y me levantaba atormentado de pensar que ella estaba en otros brazos diferentes a los míos. No la culpaba por ello. Lo que me atormentaba era sentir en el aire el inminente riesgo de haberla perdido por mi orgullo y mi mal carácter.

Ella no era perfecta, pero para mí era tan perfecta como podemos serlo los humanos. Mis palabras retumbaban en mis oídos, mis silencios y mis negligencias me dolían en los labios y en las palmas de las manos, respectivamente. El vacío era el mismo y mi paciencia, aunque era totalmente indispensable para componer las circunstancias, se empezaba a fatigar como yo, y se distraía entre la nostalgia y la ira. Me abandonaba, y sin ella me tocaba esperar a que regresara y acariciara un poco mi cansado corazón.

Llevaba mucho tiempo pensándolo, llegando a guardarle rencor a la traicionera paciencia, pero incluso sentado en su regazo, no se me ocurría otra solución aparte de dejar que el tiempo cicatrizara y se hiciera cómplice de la amnesia. [...]"