31 de octubre de 2012

Atentado a lenguas extranjeras 1


Tu sais?... J'aime bien notres recettes, j'aime la musique chez toi. Je m'amuse avec nos nuits blanches, nos rires, nos silences et nos scandales. J'aime de faire le petit déjeuner et quelque tendresse qui vole un sourire de tes lèvres. Je m'amuse en donnant toi quelques bisous et étreintes pendant que je m'assoupis dans ton bras, dans ton coeur. Nous sommes comme deux enfants, mais avec toi je me sens libre... si quelqu'un est venu à dire moi qu'il me donne le ciel, les étoiles et la lune, je courrais, loin des mensonges et des larmes, de mes craintes. Tu n'as pas demandé mes ailes, mes mots, ou mes rêves, donc, tu comprendras qu'elles sont trés hereuses sans chaînes ni remords. Quelques levers du soleil - et ce n'est pas chaque matin, sincèrement- je pense qu'ils sont libres, parce que c'est mon présent et ma paix, mais je crains que c'est possible qu'ils, libres comme un papillon, permettent à le vent prend son vol pour votre coeur et votre rire. 

Je sais, moi, je sais que j'en ai parlé avec toi. Je sais. J'aime nos nuits blanches, mon ami, j'aime nos chansons, nos rires, nos rêves et nos réveils. Je les aime bien, mais je ne t'aime pas, ton absence ne me fait pas mal. D'une côte, je m'inquiete d'amour ta présence de manière indue, parce que je quitterais cet contrat bien malmenée; mais, d'otre côte, je crains de ne pas pouvoir aimer quelqu'un de nouveau, de que mes lâchetés étaient les vraies chaînes. Ce signifierait que mon coeur est réellement cassé, et sincèrement je préfère quelques égratignures que sentir mon âme morte. Va sans dire que dans mon coeur obstiné et désorienté rien m'obéit. 

Il n'y a pas de raison de s'inquiéter, pas besoin de échapper pour le moment. On dit qu'il y a une manière trés efficace de faire une personne parti de votre vie: prêter de l'argent ou dire "Je t'aime". Jusqu'alors, rien de cet. Bonne mercredi. 



21 de septiembre de 2012

Reflexión 27 - Sépalo.


Sepa usted que las cosas que se quedan guardadas no tienen mayor utilidad, y se marchitan, avergonzadas de existir en la sombra, olvidándose a veces de su origen, de sus expectativas de utilidad, de sus cansancios, y se terminan volviendo parte de la cueva en la que están metidas. Aún así, detrás de todos las puertas, guardadas bajo siete llaves ocupan un espacio, tapan una luz, pesan. Estorban, en especial cuando por algún motivo metemos una mano a aquel lugar y es imposible sacar un solo sentimiento, todo es como un costurero desordenado en el que se trata de sacar un botón y entre las uñas terminan hebras de todos los colores, cintas y hasta algún pinchazo.

Dicho eso, entenderá que las fibras de mi alma no se sienten muy cómodas con un par de cargas que les he echado encima, que sumadas al peso del polvo y un par de telarañas, deben ser más o menos unas dos toneladas de besos, unas seis de lágrimas y unas diez u once de abrazos (los cuales, no sé si es porque están cubiertos de miel, no se pudren ni se marchitan). Todo lo anterior parece estar cubierto de una capa opaca de culpas y orgullo, con manchas de cansancio y destellos de nostalgia que se terminan enredando entre las calles de esta lúgubre ciudad y mis insomnios. 

Pensé que iba a ser parte del pasado, de los álbumes y de las historias lejanas, pero ahí sigue, creciendo entre mi carne como una infección de escarcha y de seda, como una asfixia trenzada con euforia. Y finalmente, no sé si de ira o de resignación, me quito las vendas de los ojos y usted está en algunas calles, algunas esquinas, algunos cafés y algunos sitios de fiesta. Eso es tolerable, pero se empieza a complicar cuando lo encuentro en mis cobijas, en los platos de mi casa, en la ropa que me ponía para ir a verlo y en lo que me hubiera gustado decir o hacer. Lo anterior no es exactamente agradable, pero con esfuerzo puedo apegarme a un libro o a una película en el cine y abstraerme de esa idea nublada según la cual, aunque digamos que borrando las fotos, los amigos en común y pintando el cuarto todo va a quedar atrás, porque finalmente está en realidad debajo de mis párpados, latiendo al lado de mi corazón y respirando con el aire que entra a mis pulmones. Usted se mantiene vivo conmigo, mientras yo lo esté. Y duele hasta los huesos. 

Recuerdo mucho cuando lo vi la primera vez. No puedo decir que me atrajo exactamente, ni que me senté a colorear expectativas con chispas y flores de lo que iba a pasar, pero le puedo decir que sonreí, a lo mejor sólo con los ojos, pero me alegró sentir que usted existía. Pasó el tiempo, no mucho a decir verdad, y me perdí en sus ojos, luego en sus abrazos y finalmente en sus besos. O me encontré, no lo sé, pero todo fue como si lo conociera de antes, de algún sueño. Todo fue una ráfaga de brisa de verano de la que me dejé llevar irresponsablemente, teniendo en cuenta que todo esto no era más que el primer amor, pero era feliz escalando la montaña mientras usted llenaba mis expectativas mucho más allá de las palabras y de los gestos, perdiéndome en el sereno latido de su corazón cuando me abrazaba, entre risas, películas, recetas  besos que brotaban a borbotones entre aquel mar que no era más que taquicardia y adrenalina: empezamos a temer perdernos empezamos a ver que había un abismo en el fondo del paisaje. 

Todo comenzó, creo yo, cuando salimos de trabajar y nos empapamos con la inclemente lluvia de esa tarde, y recuerdo que finalmente fuimos más inclementes que ella, entre ese viento helado las gotas se sentían tibias y nuestros cuerpos, luchando por mantenerse calientes, lograron acelerar el paso y lograr una despedida con una sonrisa que decía a gritos lo que los ojos trataban de ocultar.  Yo sólo sonreía porque ninguno de los dos lo podía esconder, ni se esmeraba en hacerlo, y resolví ponerle las cosas un poco más difíciles. Me iba preciosa a dondefuera que usted fuera a estar y buscaba charlar y reír, y así no fuera a lograr nada, respirar su aire me llenaba de vida, me sanaba. A los pocos días le dije que me gustaba, en la romántica webcam de mi Compaq, sin sentir que estuviera arriesgando absolutamente nada porque ya usted me había indicado que le parecía linda mi nariz, y había visto sus ojos seguirme entre los cubículos de la oficina y brillar cuando se cruzaban con los míos, incluso detrás de sus gafas, y, efectivamente, me dijo algo como que yo también le gustaba mucho, no como los locos furiosos que asesinan gente por eso, pero que en verdad le gustaba mucho, y me invitó a salir al día siguiente.

Me fui como una princesa a ese Juan Valdez del Museo Botero,  aunque me sentía tranquila porque ya gran parte del camino estaba recorrido, quería estar absolutamente irresistible por si le quedaba alguna duda, quería nada más y nada menos que parecer un pecado. Me acuerdo bien que el clima me ayudó a no despeinarme o llegar insolada. Nos tomábamos las manos nerviosamente, no nos decidíamos, y finalmente me dijo que fuera su novia. No se si lo dejé terminar de preguntarme, pero le dije que sí, y desde ese momento todo fue historia, con sus amigos y con los míos, con sus películas y las mías, con sus cansancios y los míos y con nuestras agarradas de manos, nuestros besos y nuestras noches. Usted, con el paso de los meses, se convirtió en mi todo, no estaba dispuesta a permitir que se le empeorara una gripa y mucho menos a que alguien osara a darle un mal día si estaba de alguna forma en mis manos hacer algo al respecto. Me deshice en caricias, mimos y detalles, y todo tenía sentido porque recibía a cambio eso y mucho más. Flores, chocolates y comprensión, compañía y dulzura, y todo era más precioso aún porque usted no hacía nada que no sintiera de verdad. Me hinchaba el pecho sentir que yo era su motivo para hacer todo lo que hacía y recibir todo lo que me daba, y vivía feliz en nuestro pequeño pero acogedor mundo, lejos de los arco iris, los soles, las hadas o cualquier cosa que intentara interrumpirnos y tuviera la maldad de robarme un segundo junto a usted. 

Yo creía saber lo que era el amor, hasta que en verdad usted me lo enseñó con su existencia sin usar siquiera un diccionario de sinónimos. Y la lección tiene hasta título para decorarla, como si necesitara más que sí misma para llamar la atención y desaparecer algunas creencias oxidadas y perdidas que yo tenía a ese respecto: IronMan. Sí, el tipo que es un humano medio corriente, sin más poderes que su inteligencia y su habilidad (y su dinero) para ser un superhéroe salido de lo sobrehumano y de lo extravagante, sin quitarse por ello lo espléndido. Y lo guapo. Usted estaba feliz de que fuéramos a ver al tipo de sus comics de su rutina de los jueves, y yo estaba feliz de ir a entretenerme con Robert Downey Jr. Efectivamente, el protagonista era un absoluto encanto físico e intelectual, aparte de tener las características adecuadas en su personalidad para poder conseguir a la mujer que él quisiera. Yo lo miraba embobada, lo digo ahora sin asomo de vergüenza, pero en el fondo estaba vacío, lo sentía incompleto. Me distraje unos minutos de la película, porque soñar no cuesta nada, y me preguntaba qué haría yo si pudiera conseguir al hombre que yo quisiera sobre la tierra, mientras el pobre IronMan se las ingeniaba para llamar mi atención en medio de sus explosiones, sus armas y su caos. 

La respuesta fue tan simple que me impactó, y finalmente resultó que si yo pudiera elegir a cualquiera sobre la tierra, al que yo quisiera, de todas formas volvería a perderme en los brazos del gigante que estaba sentado al lado mío desde hacía algunos meses. ¿Y si usted estaba de mal humor porque sus jefes eran un desastre? De todas formas lo elegiría a usted, y me haría feliz alegrarle el día de alguna forma que se me ocurriera.  ¿Y si estaba usted con esos celos ridículos? Le recordaría por qué lo adoraba con tanta devoción y por qué mis horas no tenían dueño diferente a usted. Si era domingo y no se había bañado, si le dolía la barriga, si me tocaba enseñarle a bailar, si me tocaba madrugar para ir a verlo, de cualquier forma, así pudiera yo tener a Robert Downey Jr. para mí solita, lo hubiera elegido a usted sin la menor duda, sin pensarlo, sin contemplar cualquier otra posibilidad. Entonces me sentí profundamente feliz y me empezaron a salir todas las mariposas de mis entrañas y nos iluminaron con su aleteo en la oscuridad de la sala de cine. Usted seguramente no las vio, no lo culpo, pero a lo mejor sí sintió que me recosté en su pecho más cerca de su corazón y le besé el esternón en medio del suspiro más colorido de la tierra. Yo estaba feliz porque pudiendo elegir a cualquier otro lo elegiría a usted, y además lo tenía al lado, y usted me había elegido a mí. Por eso sonreí antes de que IronMan ganara y no me importó hacerle señas para que se acabara la enorme cubeta de palomitas que habíamos comprado. Acababa de descubrir que lo amaba, y esa idea duró implosionándome adentro durante varios días. 

No me sentí débil o vulnerable. Sentí más bien que todas las fuerzas del universo estaban en las palmas de mis manos sólo porque usted estaba conmigo, y que todo iba a salir bien si estábamos juntos. No existía el frío, ni el cansancio, ni el dolor. Sólo estaba usted al final de mi día, o al principio, o en mis pensamientos al menos cuando no nos podíamos ver. Yo lo amaba con mis pulmones, con mis huesos, con las fibras de mi alma, y usted lo sabe. Sabe que me dominaba la lujuria cuando me hacía usted exquisitos platos en la cocina de mi casa con sus cabellos rubios oscuros despeinados y su camisa a medio remangar, sabe que me recogía el pelo y me pintaba los labios de rojo sólo para usted,  sabe que decía cualquier disparate a modo de mentira piadosa con tal de respirar al lado suyo un rato más, sabe que hice todos los esfuerzos posibles para que a usted no le faltara nada que estuviera en mis manos darle.

El problema fue que estos conceptos del amor y del paraíso no son muy comprensibles aún por los humanos, y a pesar de que era mutuo, nos venció el cansancio. No me atrevería a negar que usted lo intentó, ni podría usted decir que yo no cedí, que yo no callé, que yo no hice o dejé de hacer; pero finalmente todo no era más que una tormenta desordenada de celos y reclamos. Usted decía que yo estaba con alguien más, y yo estaba ya cansada de decir que finalmente a mí me cambiaron las reglas iniciales del juego y que a veces me ganaba el hastío y prefería estar sola que pelear con usted. Me desesperaba ver cómo se me escapaba la luz de las manos por cosas que no podíamos resolver, y entre menos luz quedaba, más me quemaba y me cortaba a su paso entre mis dedos, como agua hirviendo, y más débil me sentía; y más tonterías hacía porque no se me ocurría nada sensato para que las cosas volvieran a la preciosa normalidad que no era menos que mi felicidad y mi refugio. 

No, no terminamos bien. No era posible reconstruir ese hogar que eran para mí sus brazos y su corazón, su amor tan paciente y tan precioso, tan cálido y tan omnipresente. Sé que usted me quiso y me amó mucho, no sólo porque no le importara decirlo a los cuatro vientos con la boca llena de destellos y de besos contenidos, sino porque me lo demostraba con sus actos. Yo lo sé, no lo he olvidado ni un solo instante, aunque me cueste reconocerlo. Y ese es el problema: que me olvido de que lo recuerdo, de que está ahí la idea según la cual es tan difícil que en la única vida que tengo como católica bautizada vuelva a encontrar a alguien con quien todas las piezas encajen tan bien como con usted, ni que podamos adorarnos mutuamente con esa devoción y ese desapego de los instintos de supervivencia, ni que me nazca darle todo lo que le dí a usted sin miedo a salir lastimada como ha pasado recientemente. Tengo miedo a veces de que nadie vea en mí lo que vio usted, o que no encuentre yo en alguien esa paz que sentía cuando lo abrazaba y descaradamente dejaba correr algunas lágrimas porque ya no me daba miedo que se escandalizara, porque no sólo ha sido el único que ha visto la franja verde en medio de mis ojos cafés claros, sino que ha sido el único que ha entendido que a veces las lágrimas corrían, no muchas, cuando me costaba tanto trabajo expresarme con palabras. 

Y me olvido de que tengo miedo, pero sigue ahí. Me limita, me estorba, y no puedo meter la mano al baúl sin que salgan enredadas hebras de sus disparates, de mis colombinas de chocolate, de nuestras fotos, de nuestros días, de nuestras sonrisas... de nuestras peleas, de nuestras ofensas, de nuestros cansancios, de nuestros silencios. Sonrío cuando me acuerdo de que antes de hacernos novios lo parecíamos, y cuando me acuerdo de que usted le dijo a mi amigo que estábamos elegantes (en un bus por la séptima) porque veníamos de casarnos en una notaría a escondidas. Sonrío con un fantasma de lagrimita de nostalgia cuando recuerdo que el mejor regalo que me han dado de cumpleaños fue su presencia cuando yo pensaba que no se iba a poder, y además me regaló de navidad un libro y de cumplemes una película. Y se apaga la sonrisa cuando me acuerdo que le reprochaba cuando no me avisaba que había llegado cuando llegaba, no sé por qué nunca me expliqué bien respecto al hecho de que me afanaba que le pasara algo malo, y en últimas el resultado no eran más que las peleas más monumentales de la tierra con sus océanos... Sonrío de nuevo cuando recuerdo que hicimos el arroz pegachento mejor decorado con queso parmesano de mundo (el cual no comimos) y me apago cuando me acuerdo de que al final por cansancio o por orgullo no le decía lo feliz que me hacía dormir la siesta con usted. Y así me la paso en mis insomnios, mojando a veces las fundas con recuerdos líquidos que salen de mis ojos.

Después de haber escrito entre los dos toda esta historia, resulta que soy lo peor que le ha pasado porque no accedí a volver con usted, quien me enseñó una de las lecciones más difíciles de digerir de mi corta vida: Que ni siquiera el amor más grande puede componer lo que lo rodea. Sepa que eso me duele hasta los huesos a veces, pero sonrío de nuevo porque sé que lo hice feliz, que me amó porque el destino decidió darnos ese chance de felicidad a ambos en ese momento, esas alas y esos cimientos para que - al menos para mí- fuera posible concebir mejor la idea de lo que buscaríamos después. Sepa que muchas esquinas, muchos cafés, muchas flores y muchos platos me lo recuerdan, sepa que lo tengo en mis pensamientos y en mis oraciones. Sépalo, que con que lo sienta yo parece que no es suficiente, sépalo para que me ayude a cargar este peso, para que vuele de vez en cuando con nuestros recuerdos y se aliviane el alma, para que dejemos juntos este estuche en orden.

( http://www.youtube.com/watch?v=o7Y-BDsVifQ&feature=related Funciona bien de fondo) 

17 de abril de 2012

Comentario 3



Me levanté cursi sin destinatario determinado, de antemano me disculpo si llego a herir susceptibilidades.... (O sea, no he muerto; lo cual supongo que es bueno).

10 de abril de 2012

Fragmento 17 - [de la semana santa]


[...] Entre mis caminatas errantes me tropecé con una procesión, y, entre los cuestionamientos acerca de la fe actual y de su razón de ser, me dejé llevar hasta una pequeña iglesia en mi barrio. Estábamos en semana santa y yo no me había querido enterar de eso, ni de ningún otro reflejo de aquella realidad que sentía tan ingrata hacía años.
Empezó la misa y me arropé con una bendición, vigilada por ángeles, vírgenes, santos y mandamientos. No sabía las respuestas a las oraciones que todos coreaban mecánicamente, y los pellizcos de mi madre a ese respecto en mi infancia habían dejado de preocuparme hacía mucho tiempo. Tiempo ese y todos los tiempos de los que había perdido ya la noción, tiempo que había dejado de preocuparme por su mal hábito de agotarse, sino que resolvió provocarme física angustia por el hecho de que no pasaba cuando tenía que pasar, dejándome las heridas y los insomnios enteros. Tiempo que me descubrió esa tarde conversando con un Dios con el que nos veníamos traicionando mutuamente entre los sacrificios que le ofrecí, la posibilidad de elegir bien que me brindó -y no tomé-, los pecados capitales que cometí y la soledad que me dejó. Mientras la eucaristía se seguía celebrando, yo le explicaba entre susurros las causas de mi ira y el arrepentimiento que sentía por haberme dejado llevar por ella, sin ser ello exactamente arrepentimiento por haber cometido pecado. Le conté cómo me sentía de extraña al haberme apegado a alguien cuando esa clase no me la dieron en mi crianza, ni mucho menos cómo dejarlo ir cuando el apego se volviese dañino.
Le enumeré mis esfuerzos para aprovechar ese sentimiento egoísta y exquisito para hacer de mí una mejor persona, no sólo porque me causaba euforia hacer feliz a ese hombre sin importarme lo que me costara, sino que en realidad nunca había tenido un estímulo auténtico para buscar ese cambio en mis defectos. En ese sentido fui enfática en que mi hastío fue por no ver resultados como siempre que me esforzaba, que no fue jamás mi intención abdicar ni herir, que lo intenté hasta que la fatiga de mi alma me lo terminó impidiendo, hasta que fui de nuevo demasiado humana y exploté. Las lágrimas empezaron a correr como ríos por mis mejillas, y le empecé a narrar lo mal que la había pasado, cómo habían pasado meses sin que el frío abandonara mi cuerpo y la luz quisiera volver a habitar mis ojos, cómo sus caricias y besos se quedaron quemándome la piel en su ausencia, cómo toda esa adoración se quedó envenenando mis entrañas mientras yo nadé con dificultad hasta que aprendí a flotar entre mis sueños desteñidos y mis lujurias grises y apagadas.
Me interrumpieron los abrazos y apretones de mano del saludo de la paz, y Dios no me respondía, pero tampoco me reprochaba. Me sentía incómoda en medio de la calma que me rodeaba, impura, envidiosa de quienes allí se encontraban llenos de fe y esperanza mientras yo ni siquiera estaba arrepentida de pecar porque sentía que esa deuda se la había cobrado ya el destino. No me sentía en condiciones de agradecer, pero tampoco de pedirle al Maestro algo que me pareció difícil incluso para él, algo que además a lo mejor yo tampoco merecía.
Las personas que me rodeaban me llevaron entre sus pasos hasta donde tenían toda clase de velas, veladoras y cirios encendidos en el piso, pegados entre sí por sus propias ceras derretidas, fundiendo gratitudes y peticiones entre pequeñas lucecitas que ardían con fuerza y parecían imbatibles. El calor de las llamas le brindó una extraña tibieza a mis huesos y permeó hasta mi alma. Me detuve en ese punto unos minutos, arrodillada en el suelo de baldosa para estar más cerca y quemarme respirando ese calmado placer, para luego ponerme el saco de hilo que llevaba en la cartera y retomar mi camino a mi casa.
Mi existencia estaba perceptible y sospechosamente más liviana, llevándome a al conclusión de que en últimas esa era la respuesta que había estado esperando. Aunque mis ojos no brillaban, mostraban algo de interés en el mundo exterior reflejado en las vitrinas cerradas de collares de perlas y anillos de coloridas piedras que estaban en mi trayecto. Una preciosa mariposa monarca se posó en mi hombro y me acompañó unos pocos pasos, hasta que alzó vuelo y se perdió entre los destellos morados y rosados que entretejían aquel atardecer de nubes ligeras.
De cierto modo al final del día tenía lo mismo que todos los demás aunque hubiera querido en el pasado negarlo: ese amor celestial, terco e impetuoso que me perdonó y me permitió perdonar y perdonarme. Ese amor que nunca me había abandonado y que ahora me daba el aliento para buscar de nuevo el punto de partida sin saber si esta vez sí era la última oportunidad. Ese amor que nunca lo abandonó a él y que ahora de alguna forma que en aquel momento desconocía nos iba a refugiar a los dos de nuestros propios demonios.[...]"

22 de marzo de 2012

Reflexión 26 ... - Como si todo esto fuera nuevo.


Anoche llegué a mi casa a bañarme, luego de que en el taxi de venida sonaba la melodía de “Bésame mucho”… Bésame mucho como si fuera esta noche la última vez… Le dije a mi mamá que no quería resfriarme por haberme mojado con la lluvia, la verdad buscaba ocultar mis ojos hinchados. De alguna forma que desconozco quería sacarme con el estropajo y el jabón de cítricos la amargura que me pesaba, pero no lo logré así, aunque he de reconocer que tuvo algo de éxito que mi llanto terminara mezclado entre el agua hirviendo y las espumas que me acariciaban, pues cubrió mi piel un poco y mis adoloridos huesos y demás órganos se sintieron cubiertos de comprensión tibia y salada. Ahora tengo la extraña sensación de lágrimas secas enredadas en mi pelo y en mis dedos, en mi pecho y en mi espalda; lágrimas que no me arropan pero que a lo mejor me permitan escudarme de hacerme ilusiones que al final, y como siempre, me terminen apuñalando en heridas que no se terminan de desinfectar.

Por un lado, comprendo un poco lo que está pasando. Yo sabía en lo que me estaba metiendo, pero no se si es que me gustan estos retos imposibles y macabros, o si simplemente lo que sentí por ti en ese momento pudo más que mi instinto de supervivencia. Lo que no comprendo es lo que falló, lo que siempre falla o si algo falla. No comprendo cómo lo que doy siempre es mucho o en este caso poco, pero nunca es simplemente “suficiente”, y de alguna forma siempre de los siempres es prescindible; y siempre quedo igual de marchita y frustrada, arreglando con rabia mis alas rotas y dejando en cada peldaño mil preguntas sin respuestas, suposiciones, pasados sin ningún futuro de lo que hubiera pasado si hacía las cosas de manera diferente.

Y aún sin respuestas lo vuelvo a intentar. Los vuelvo a adorar, a dejarme llevar, a entregar la energía de hasta la última fibra de mi alma por eso. Creo que me juzgas un poco por haber estado con “tantas” personas, como si fueran fácilmente olvidables y reemplazables. Te informo que te equivocas. Simplemente si quiero a alguien estoy con él y, como te decía, doy todo, absolutamente todo, derrochando cariños y detalles, hasta que simplemente se me acaba el día o la fuerza, lo cual es bien difícil. Eso pasa cuando quiero a alguien, cuando lo quiero de verdad, y no ahondaré más en minucias que ya conoces de lo que hago cuando estoy en ese estado de euforia ciega. Por otra parte, no son “tantos”, si total estas cosas me siguen dando así de duro y yo sigo sin coger escarmiento, sigo amando sin medir consecuencias, sigo dando todo sin pedir -seamos sinceros- mayor cosa a cambio, aunque en tu caso recibí mucho y por eso me ilusioné de todos los colores contigo, con que después de “tantos” al fin estaba haciendo las cosas bien y lo que daba estaba siendo bien recibido. Te cuento que después de “tantos” como te parece a tí, volví a estar llorando por dentro y por fuera, después de “tantos” volví a estar absolutamente desarmada y vulnerable, y después de “tantos” -que para eso sí son muchos- se empezaron a levantar todas las cicatrices al punto en el que el dolor de mi alma ya es físico. Así que “tantos” no son ni demasiados, ni mucho menos suficientes para yo haber aprendido a hacer las cosas bien, a dar sólo lo necesario y a que no me duela tanto cada vez que me convierto en un peldaño más, en un lindo recuerdo que no tiene cabida ni en el presente, ni en el futuro.

Ha llovido toda la noche, el clima de la horrible ciudad se ha solidarizado conmigo, pero nada es suficiente para que mis lágrimas no sigan corriendo a borbotones porque siento que fui víctima de tu confusión, porque me siento insuficiente y prescindible (otra vez). Mis amigos las tratan de contener desesperadamente con inmensos diques de pañuelos y chocolates, y me han manifestado que lo que me pasa les deprime un poco porque los tengo acostumbrados a ser su fuerza y su alegría... Amanecerá y veremos si contigo sí fueron suficientes.

7 de marzo de 2012

Comentario 2

I MODERFOQUIN QUIT!!!!!!

No me necesitas (no lo vamos a discutir de nuevo). Deja el Berrinche. Y devuélveme mis libros, haz lo que quieras con lo que sea. Pero mis libros. CAE CON MIS LIBROS!!!!

31 de enero de 2012

Reflexión 23 - Carta a Príncipe


(Mira cómo salimos de bien en las fotos!!!!)

Mi Principito….
Puedo asumir y en el fondo interpretar que tengas dudas de muchas cosas respecto a mí, a mí contigo y a nosotros. Por eso, te ofrezco algunas certezas que podrían ayudar a la causa de que te sientas más tranquilo, o al menos a que sepas un poco más de aquello que ahora sospechas o descartas.

Te puedo asegurar por ejemplo que tendremos de cuando en cuando malos días, que estaremos demasiado cansados para vernos, que a veces llegaremos tarde a nuestras citas, olvidaremos fechas importantes y hasta los días de la semana, y que eventualmente por eso discutamos. De mi lado, pues te cuento que me gusta mucho dormir, que de mal genio soy espantosa, que a veces cocino algo mal y que mi nivel de despiste y desubicación pueden impacientar hasta al mismo Ghandi. A veces soy muy consentida, otras soy terca, otras soy ambas.
Por otra parte, puedes tener absoluta confianza en que cuando tengas un mal día haré lo que esté en mis manos para que no termine tan mal, o al menos para que vayas a descansar pronto y de ese modo termine antes, que haré lo posible por llegar a tiempo a nuestros compromisos y evitaré irritarme si llegas tarde (al menos no sin haberte escuchado antes). Puedes estar seguro de que si siento que me equivoqué me disculparé y trataré de enmendarlo, del mismo modo, si tú la embarras en algo te permitiré que te disculpes y que intentes enmendarlo. En todos los casos cuidaré mis reacciones y mis palabras, y cuando las perciba incontrolables te pediré que hablemos luego. Confío en tu inteligencia y criterio para que no le pongas mayor atención a mi consentidez, desubicación y terquedad, yo haré lo propio con tus defectos menores para que las cosas no se nos salgan de las manos.

Podrás – además – saber que te quiero (y mucho) porque pudiendo dormir prefiero ir a verte, porque te abrazo y me quedo escuchando tu corazón unos segundos sólo por complacer mi antojo de sentirte vivo a mi lado. Verás que te doy un chocolate Reese’s y no me lo como yo aún siendo mi favorito, que trato de cocinar para ti y que si estás cansado o enfermo estaré muy pendiente y te cuidaré; que disfruto tu compañía hasta en la fila de un banco. Que te responderé todo lo que me preguntes y que tus abrazos pueden disipar una tormenta. Que estoy dispuesta contigo y sólo contigo a intentar despojarme de la idea de que en el pasado algo salió mal. Que haré lo posible para que todo nos salga bien y que si las cosas no funcionan conmigo, no pierdas las ganas de volver a intentar esa cosa rara del amor; y así eventualmente con el paso del tiempo cuando me veas tu mueca se parezca más a una sonrisa que a cualquier otra.

19 de enero de 2012

Reflexión 22 - Sin título aparente (¿Percepciones?)

Mi presente: las reglas de mi casa, de mi universidad, el reglamento de propiedad horizontal, el código de tránsito y transporte, las leyes vigentes en el territorio, las ideas de mis amigos, y finalmente mis reglas, empapando todas las anteriores....

Mi Blog, mis reglas, aunque no tengan sentido como algunas de las que componen las compilaciones anteriores.

Autopsicoanálisis a continuación (vale la pena la experiencia):

¿Sabe la fecha y el lugar en el que se encuentra?
Le resto importancia a esos detalles.

¿Cómo se ve?
Bueno, ya lo había respondido en alguna parte: El pelo es marrón de largos disparejos, abajo de la frente hay unos ojos castaños que se entretiene la dueña decorando y unos labios que aunque tienen la tonalidad de un rosado común, suelen verse con matices un poco más oscuros para que no se perciban vacíos cuando están cerrados. La piel es blanca con algunas pecas y tiene la estatura suficiente para poder despreciar con dignidad los tacones.

¿Su accesorio favorito?
Creo que la felicidad me luce, me hace ver más delgada y mi pelo está más brillante y manejable... esconde las pecas de mi cara y de mis hombros y empareja mi bronceado.

¿Cómo huele usted?
Con los acontecimientos recientes, supongo que a caléndula, a pólvora y a pétalos. Todas esdrújulas.

¿No le da miedo lo que está haciendo? ¿Eso de empezar otra vez no le perturba?
Un poco, pero pueden más las ganas. Ya resolví los pendientes que estaban en la lista, ya he querido de varias formas estos días, pero creo que voy por el pez gordo, ¿me entiende?, por el amorcito grande y puro. No sé por qué no puedo estar tranquila si no lo estoy intentando.

¿Cómo quiere acaso que la quieran?
Con el ímpetu del océano.

¿Cómo percibe su entorno respecto a usted?
Depende de mi estado de ánimo, no sé cómo pero se lo contagio.

¿Su estado de salud?
Regio. Desde que vi su sonrisa salen geranios de mis cicatrices. Es esplédido cómo amanezco con él en las expectativas y cómo afortunadamente llegó para robarme tanta calma.

¿Cómo ve el futuro?
No puedo ver el futuro, pero... escribo para darle los finales que me gustan a las cosas.

16 de enero de 2012

Poema 3 - Quédate.


(Inspirado en ESTE TWEET)...

Quédate. Y no me refiero a que hagas lo mismo de siempre de simplemente estar y no irte. Quédate de verdad, dándole algo más de coordinación al ritmo de mi vida con los latidos de tu corazón, en lugar de permanecer - como estás hora - sentado en mi alma, desbaratando cuidadosamente cualquier pedazo que me quede de paz en tu sumamente presente ausencia.

Quédate de verdad, dale calor a mis huesos en este día soleado, quédate y pinta la luna como solías hacer cuando me quedaba contigo (no es difícil, ni te dabas cuenta); quédate al menos esta noche con tus labios entre los míos y tu dulce saliva en mis entrañas, con mis dedos enredados en tu pelo negro y con mis ojos aún buscando el camino de regreso a los tuyos.

Quédate cerca, que mis poros absorban tu sonrisa, que mi sangre se impregne de tu abrazo de terciopelo y que se detengan las manecillas del reloj en tu mirada, pues, corazón mío, aspiro con ello a no extrañarte más si al menos logro conservar al menos una célula de tu luz para que me vuelva a iluminar con tu nostalgia.

Quédate allí donde nos dejamos.
Vuelve y quédate para siempre.