22 de diciembre de 2011

Carta a Jefecita




Querida Jefecita:


Quisiera en primer lugar agradecerte tu gestión para traerme aquí, mérito que compartes con otros gatos que me conocen más que tú, igual el lengüetazo vale, aunque te cuento que eso no funciona mucho conmigo, y que en general desconfío cuando los piropos y consentimientos no tienen una razón aparente. Lo cierto es que me saben a mierda.

Tus enseñanzas ... bueno, tus enseñanzas... estee... bueno, algo académico habré aprendido pero ahora no lo recuerdo, aparte, como era natural, a no pasar mi existencia entera enredando lo posible para volverlo imposible por pura falta de oficio derivada del hecho de que nadie me pone a hacer nada importante.

Me pusiste a reflexionar. Lo cierto es que es posible que yo no haya sido muy diligente a veces en el asunto de planear mi futuro de manera minuciosa. No sé a ciencia cierta si quiero una casa, un apartamento, de uno o dos pisos, si quiero viajar en cuanto me gradúe o antes si me volveré a dejar el pelo de ese tono rojizo, cuántos hijos quiero, ni si los adoptaré o no. La verdad ni siquiera sé a ciencia cierta qué me voy a poner más tarde para ir a verte. Lo que sí me has puesto a pensar en algunos de mis ratos libres (que aparentemente, o eso creo yo, te parece que son muchos) es sobre lo que no quiero. He tenido avances más significativos, como cuando elegí mi profesión, pero no voy a desechar esto tampoco, y menos si es lo único que me pudiste brindar en esta experiencia.

Jefecita, tendré que fijarme con más cuidado o al menos preguntarle a alguien que sí sepa bien de esas cosas, uno cómo putas pasa de ser un homo sapiens promedio de sexo femenino a una niña de unos 8 años luchando en el mismo cuerpo con una vieja menopáusica, trágica y aspaventosa que respira la vida con autopesar y difundiendo sus desgracias como si fueran datos siquiera legibles en esta sociedad actual tan ocupada en cosas... no sé si importantes, pero al menos interesantes. Tengo pesadillas en las noches y episodios de pánico de sólo pensar en que yo podría ser así.

Cuando tenga tu edad a lo mejor tenga hijos o al menos una mascota, no se si esposo, no le tengo mucha fe a esa institución católica y civil; pero quisiera depronto ser una abogada experimentada, que me pregunten cosas y tener relación con documentos y eventos importantes (no chismes). Sería lindo que mi trabajo - como ha sido hasta ahora, afortunadamente- vaya más allá de transcribir lo que dice la gente en las reuniones y foliar; y en fin, que si yo jodo sea por algo que amerite el desgaste tanto de mi equipo de trabajo como el mío, y que el trabajo realmente sea en equipo, que exista en la medida de lo posible confianza entre todos derivada de que todos (incluida yo) reconozcamos las cagadas personales y grupales en lugar de echarle la culpa a alguien más, quedarse callado sobre los riesgos o empezar a hacer monólogos sobre la importancia de no devolver el saludo en la oficina (en especial si es falso) para desviar la atención de órdenes mal dadas. Encuentro en ella una forma bastante simpática de ganarse el respeto de la gente, la verdad a mi corta edad no conozco más.

Jefecita querida, todo esto y por la infinita gratitud que te tengo en últimas me hace pensar con alegría que tú llegaste y estás en donde quieres y consideras correcto estar. Ruego a Dios que tus aspiraciones y las mías nunca se crucen porque no quisiera yo competir contigo por tu lugar cuando tengo sólo por mi formación y personalidad todas las de perder.

Cuenta conmigo a ojo cerrado si necesitas que te defienda o cualquier otro favor.


Con desprecio,

Tu ex- esclava.

19 de diciembre de 2011

Reflexión 21 - Estimado...




Es extraño cómo te quiero. No podría yo con exactitud amenazarte con que se te está acabando el tiempo, pero en realidad no puedo acordarme bien, por más que en ello me esmero, de cómo se veía mirarte a los ojos, o cómo se sentía abrazarte, entre otras muchas cosas. Tengo memorias peregrinas y taciturnas de tu voz, de tu piel, hasta de cómo me arreglaba para tí, más no tengo hoy muy claro el tacto de tu aroma que me iluminaba, ni siquiera tu sonrisa. Aún así, me esmero en recordarte, porque lo cierto es que quererte (o evocar quererte, no lo tengo muy nítido ahora) se siente bien, me envuelve, me envicia y me clava sus espinas cuando te siento ajeno y ausente. No sé cuál de las dos me hiere más a decir verdad… Me he acostumbrado a ver la sangre salir, correr como brillantes ríos escarlata que manchan en su recorrido todo lo que encuentran a su paso con tu presencia y tu ausencia.



Al final del día suspiro. Recuerdo que te extraño y eso me genera un vacío en el espíritu que me hace perder la respiración por unos instantes, y de nuevo suspiro, suponiendo a lo mejor que si no pongo algo de aire dentro de mi cuerpo material ya se acaba de morir definitivamente. Y resulta que después de todo aún te quiero. Te quiero con rabia y con constancia a la vez; mi amor parece comportarse como una semilla paciente que espera que me correspondas cuando pase este macabro invierno, y así crecer frondoso y colorido. Con sus frutos podría yo hacer algún líquido medianamente cristalino para endulzarte los oídos, mientras que mis ramas y hojas te envuelven suavemente para abrazarte y protegerte de los tropiezos del cuerpo y del alma. O extraño quererte, ya no sé. Creo que es más bien eso y en alguna lógica paralela el efecto sería bastante similar mientras el espejismo se esfuma a la realidad que está en el fondo, según la cual en realidad ya no existes, sino que me apego a un recuerdo que me hacía feliz pero ya ni siquiera tiene esa consecuencia.

Es curioso todo lo que pasa cuando deliberadamente o sin darse cuenta la gente reta mi paciencia y mi terquedad. Por motivos tan diversos como las formas que puedan tomar las dunas del desierto no hay estadísticas que valgan, y todos salimos decepcionados de los resultados.
Atentamente,
Epicurea.