22 de octubre de 2011

Cuento 14


I.
Desde que lo vio, lo cubrió con su mirada, como queriendo conservarlo así en sus pupilas, o al menos en sus pestañas. Recorrió casi sin parpadear desde sus zapatos informales hasta las canas que -pensaba ella- debían ya estar por ahí, escondidas entre los oscuros cabellos desordenados, pasando por sus piernas cuya contextura no era tan evidente debajo de los jeans gruesos, por su torso y por su pecho, que debajo de la camiseta azul oscura permitían inferir que tenía la silueta correcta para regalarle tibieza a su alma con sólo un abrazo. A ratos (a lo mejor en realidad no ocurría tanto porque se acababan de conocer) se asomaban detrás de sus labios unos dientes blancos y hermosos, que combinaban bastante bien con el brillo que ella estaba buscando en su mirada tímida, armada a partir de un par de ojos oscurísimos que miraban sin mirar mientras ella se desesperaba tratando de encontrarlos con los suyos al otro lado de la sala, con todo, absolutamente todo lo que se atravesó por el camino.

II.
Después de que él -muy indolentemente, pensaba ella- se excusó y se retiró, ella se quedó en el mismo salón de fiesta buscando su mirada, por si había quedado algún pedacito por ahí que hubiera olvidado. Lo empezó ma buscar luego en las multitudes y en las calles más solitarias, en los trancones de la capital de los semáforos en rojo e incluso en el pasado, a las horas más inverosímiles. Y ni siquiera así la encontraba, ni siquiera en el pasado, pues su traicionera mala memoria le negaba, a lo mejor por el desorden, las pocas imágenes que existían de los instantes en los que las rutas de sus ojos se alcanzaron a cruzar.

Había días en los que en realidad ella no sabía ya con certeza lo que estaba buscando, hasta que esos días se volvieron mayoría, y por democracia de lapsos olvidados, ella lo terminó olvidando un poco.


III.
Pasaron así días, semanas y meses, hasta que alguna vez por casualidad y sin buscarlo en absoluto, se volvieron a cruzar las miradas. Esta vez no fue a través de una sala llena de ruido, parpadeos y otros distractores. No, sólo fue un vidrio, y luego de la pequeña colisión en la que se cruzaron los destinos de la luz que pasa al nervio óptico, los caminos volvieron a su rumbo inicial, pero dejándole al menos a ella una sonrisa en el espíritu. La búsqueda entonces se disfrazó de paciencia y se quedó como espera, como un signo de puntuación de una historia inconclusa.

IV.
Bajo circunstancias ajenas a la voluntad e incluso al conocimiento de ambos, el destino comenzó gestiones para que las rutas de las miradas se volvieran a tropezar y no olvidaran lo que escondían los párpados cuando se cerraban para que soñar dejara de ocurrir cuando estaban despiertos, envueltos en sus ocupaciones y cansancios. Alguna noche cuya fecha no se recuerda con exactitud y con algo de estrellas, brisa fría y cebada de por medio, se cruzaron de nuevo y esta vez (afortunadamente) ya con alguna vocación de permanencia.

Con el tiempo, el miedo y el autocontrol se hicieron insuficientes. Luego -no mucho después en realidad- inexistentes, dando así paso a que se encontraran las manos y se quedaran entrelazadas, y finalmente los labios, sin que hasta hoy se sepa con certeza el origen de la iniciativa, se quedaron fundidos.


18 de octubre de 2011

Reflexión 15- Para M.



Vale la pena empezar por contarte que las palabras son insuficientes, pero me tranquiliza que me hayas aprendido a comprender por otros miles de medios de comunicación. Igual lo voy a intentar. Quiero comenzar, como es apenas natural, por agradecerte todo, absolutamente todo lo que me has dado, que guardaré para siempre: tus besos, tus abrazos y tus caricias en todos los momentos y en todos los climas, a todas las horas posibles. Mentira y lagartería sería decirte que has acabado con todas las malvadas tormentas con las que me he tropezado. No. Me acompañaste y me enseñaste a caminar bajo la lluvia, a llegar al destino por otro camino, a aprender a detenerme y a avanzar. Durante estos 16 meses fuiste mi euforia, mi mejor amigo, mi paciencia y mi refugio del resto de la tierra. Fuiste el motivo para que los peores días del año terminaran con dignidad y gracias a que existes y estabas conmigo, tuve con quién compartir la alegría de los mejores, y, en últimas, ni uno sólo que pasara contigo iba a pasar desapercibido. Me permitiste también cuidar de tus rabias, de tus gripas y consentirte a mis anchas, cocinarte todo lo que se me ocurriera e invitarte a los planes más inverosímiles del mundo, incluido el de adoptar por unas horas al pequeño e indefenso Fígaro. Resolviste también recoger todas mis lágrimas, una por una, sin dejar ni una sola adentro, y me ayudaste a abstenerme de fabricar tantas, total te tenía a tí. Contigo me sentía libre de pasearme por la vida en pijama o en el maquillaje más elaborado... descalza o en los tacones que no he aprendido a manejar.


Por todo lo anterior la decisión fue bastante difícil, pues sabes de muy buena fuente que yo también te di siempre lo mejor que podía porque descubrí que siempre era bien recibido y guardado con mucho cuidado. Todo, absolutamente todo lo que te di hasta el último minuto venía desde mi corazón y se tomaba mis labios, mis brazos y mi voz para que llegara a tí, y tú lo sabes, sabes que no puedo fingir desprecio o cariño, que a tí no te podía engañar ni siquiera cuando por no preocuparte te decía que todo estaba bien, que era puro cansancio. Y por eso mismo estaba segura - como lo confirmé luego- de que te ibas a dar cuenta de que las cosas ya no eran como antes. Que no discutíamos tanto, pero hablábamos menos, y que cuando el cariño empezó a verse disminuído, se llevó todo con él. Tú lo sabes, lo hablamos muchas veces, hasta el hastío, buscamos soluciones, salimos más, hablamos más y creo que no funcionó, no al menos para mí, por no decir que en realidad tu tampoco estabas cómodo con todo esto. Quisimos intentarlo -ambos- porque sabíamos que todo esfuerzo para resolverlo valdría la pena, e indiscutiblemente dimos el mejor esfuerzo. Aún así las cosas no mejoraron tanto y mutaron de alguna manera bastante macabra en una presión, en una angustia, cosa que jamás había relacionado yo contigo. Me guardé reclamos, luego los hice todos cuidando las palabras, y aún así, tú y yo seguimos tratando de resolverlo. Tú me dices que se están resolviendo los problemas. Yo no lo siento así. Y me angustia aún más... Porque podríamos empezar a meterle a este asunto la razón y decir "pero mira que salimos", "fíjate que hemos estado hablando", "lo estamos intentando"... Y pasa que el corazón no entiende de eso, y aunque el mío extraña mucho adorarte con tantísima devoción y le duele extrañar ese sentimiento, nada ha sido suficiente para revivirlo. No lo puedo controlar, con dificultad he logrado que él no me controle a mí. Ya sabes también que él ha elegido andar en malas compañías y he hecho lo posible para que no pagues errores ajenos, pero también por esas mismas malas compañías puedo entender que va a ser mejor decirte la verdad. Y es esa: todo se me salió de las manos y hoy no tengo casi nada que darte a cambio, así me digas que lo que te doy es suficiente, para mí no. Te mereces lo mejor y no tengo cómo dártelo ahora, y tampoco he podido, por más que lo he intentado por semanas, modificar esa situación, salvo empeorarla porque aunque pueda parecer lo contrario, soy plenamente consciente de lo que estoy perdiendo, sino que ya sabes lo que ha pasado porque el miedo nos hace torpes.

Puedo entender que me detestes unos días, semanas o meses; o que no quieras verme más, que te abstengas de hablarme. Puedo entender eso, y no te voy a juzgar por nada de lo que hagas en medio de la rabia y el dolor. Sólo te pido un último favor: aunque me conoces en todos los ángulos posibles de un ser humano, espero que me puedas juzgar algún día por lo bueno que te dí, por la forma como recibí lo que me diste, y no por lo que puedas estar sintiendo hoy. De nuevo gracias por hacer parte del proceso en el que me he convertido en la persona que soy, espero también haberte aportado algo :)... Y saber, ojalá por tí, que has triunfado y has encontrado la felicidad.

Te regalo el abrazo más grande que hayas recibido -eternamente-.

E.