21 de septiembre de 2012

Reflexión 27 - Sépalo.


Sepa usted que las cosas que se quedan guardadas no tienen mayor utilidad, y se marchitan, avergonzadas de existir en la sombra, olvidándose a veces de su origen, de sus expectativas de utilidad, de sus cansancios, y se terminan volviendo parte de la cueva en la que están metidas. Aún así, detrás de todos las puertas, guardadas bajo siete llaves ocupan un espacio, tapan una luz, pesan. Estorban, en especial cuando por algún motivo metemos una mano a aquel lugar y es imposible sacar un solo sentimiento, todo es como un costurero desordenado en el que se trata de sacar un botón y entre las uñas terminan hebras de todos los colores, cintas y hasta algún pinchazo.

Dicho eso, entenderá que las fibras de mi alma no se sienten muy cómodas con un par de cargas que les he echado encima, que sumadas al peso del polvo y un par de telarañas, deben ser más o menos unas dos toneladas de besos, unas seis de lágrimas y unas diez u once de abrazos (los cuales, no sé si es porque están cubiertos de miel, no se pudren ni se marchitan). Todo lo anterior parece estar cubierto de una capa opaca de culpas y orgullo, con manchas de cansancio y destellos de nostalgia que se terminan enredando entre las calles de esta lúgubre ciudad y mis insomnios. 

Pensé que iba a ser parte del pasado, de los álbumes y de las historias lejanas, pero ahí sigue, creciendo entre mi carne como una infección de escarcha y de seda, como una asfixia trenzada con euforia. Y finalmente, no sé si de ira o de resignación, me quito las vendas de los ojos y usted está en algunas calles, algunas esquinas, algunos cafés y algunos sitios de fiesta. Eso es tolerable, pero se empieza a complicar cuando lo encuentro en mis cobijas, en los platos de mi casa, en la ropa que me ponía para ir a verlo y en lo que me hubiera gustado decir o hacer. Lo anterior no es exactamente agradable, pero con esfuerzo puedo apegarme a un libro o a una película en el cine y abstraerme de esa idea nublada según la cual, aunque digamos que borrando las fotos, los amigos en común y pintando el cuarto todo va a quedar atrás, porque finalmente está en realidad debajo de mis párpados, latiendo al lado de mi corazón y respirando con el aire que entra a mis pulmones. Usted se mantiene vivo conmigo, mientras yo lo esté. Y duele hasta los huesos. 

Recuerdo mucho cuando lo vi la primera vez. No puedo decir que me atrajo exactamente, ni que me senté a colorear expectativas con chispas y flores de lo que iba a pasar, pero le puedo decir que sonreí, a lo mejor sólo con los ojos, pero me alegró sentir que usted existía. Pasó el tiempo, no mucho a decir verdad, y me perdí en sus ojos, luego en sus abrazos y finalmente en sus besos. O me encontré, no lo sé, pero todo fue como si lo conociera de antes, de algún sueño. Todo fue una ráfaga de brisa de verano de la que me dejé llevar irresponsablemente, teniendo en cuenta que todo esto no era más que el primer amor, pero era feliz escalando la montaña mientras usted llenaba mis expectativas mucho más allá de las palabras y de los gestos, perdiéndome en el sereno latido de su corazón cuando me abrazaba, entre risas, películas, recetas  besos que brotaban a borbotones entre aquel mar que no era más que taquicardia y adrenalina: empezamos a temer perdernos empezamos a ver que había un abismo en el fondo del paisaje. 

Todo comenzó, creo yo, cuando salimos de trabajar y nos empapamos con la inclemente lluvia de esa tarde, y recuerdo que finalmente fuimos más inclementes que ella, entre ese viento helado las gotas se sentían tibias y nuestros cuerpos, luchando por mantenerse calientes, lograron acelerar el paso y lograr una despedida con una sonrisa que decía a gritos lo que los ojos trataban de ocultar.  Yo sólo sonreía porque ninguno de los dos lo podía esconder, ni se esmeraba en hacerlo, y resolví ponerle las cosas un poco más difíciles. Me iba preciosa a dondefuera que usted fuera a estar y buscaba charlar y reír, y así no fuera a lograr nada, respirar su aire me llenaba de vida, me sanaba. A los pocos días le dije que me gustaba, en la romántica webcam de mi Compaq, sin sentir que estuviera arriesgando absolutamente nada porque ya usted me había indicado que le parecía linda mi nariz, y había visto sus ojos seguirme entre los cubículos de la oficina y brillar cuando se cruzaban con los míos, incluso detrás de sus gafas, y, efectivamente, me dijo algo como que yo también le gustaba mucho, no como los locos furiosos que asesinan gente por eso, pero que en verdad le gustaba mucho, y me invitó a salir al día siguiente.

Me fui como una princesa a ese Juan Valdez del Museo Botero,  aunque me sentía tranquila porque ya gran parte del camino estaba recorrido, quería estar absolutamente irresistible por si le quedaba alguna duda, quería nada más y nada menos que parecer un pecado. Me acuerdo bien que el clima me ayudó a no despeinarme o llegar insolada. Nos tomábamos las manos nerviosamente, no nos decidíamos, y finalmente me dijo que fuera su novia. No se si lo dejé terminar de preguntarme, pero le dije que sí, y desde ese momento todo fue historia, con sus amigos y con los míos, con sus películas y las mías, con sus cansancios y los míos y con nuestras agarradas de manos, nuestros besos y nuestras noches. Usted, con el paso de los meses, se convirtió en mi todo, no estaba dispuesta a permitir que se le empeorara una gripa y mucho menos a que alguien osara a darle un mal día si estaba de alguna forma en mis manos hacer algo al respecto. Me deshice en caricias, mimos y detalles, y todo tenía sentido porque recibía a cambio eso y mucho más. Flores, chocolates y comprensión, compañía y dulzura, y todo era más precioso aún porque usted no hacía nada que no sintiera de verdad. Me hinchaba el pecho sentir que yo era su motivo para hacer todo lo que hacía y recibir todo lo que me daba, y vivía feliz en nuestro pequeño pero acogedor mundo, lejos de los arco iris, los soles, las hadas o cualquier cosa que intentara interrumpirnos y tuviera la maldad de robarme un segundo junto a usted. 

Yo creía saber lo que era el amor, hasta que en verdad usted me lo enseñó con su existencia sin usar siquiera un diccionario de sinónimos. Y la lección tiene hasta título para decorarla, como si necesitara más que sí misma para llamar la atención y desaparecer algunas creencias oxidadas y perdidas que yo tenía a ese respecto: IronMan. Sí, el tipo que es un humano medio corriente, sin más poderes que su inteligencia y su habilidad (y su dinero) para ser un superhéroe salido de lo sobrehumano y de lo extravagante, sin quitarse por ello lo espléndido. Y lo guapo. Usted estaba feliz de que fuéramos a ver al tipo de sus comics de su rutina de los jueves, y yo estaba feliz de ir a entretenerme con Robert Downey Jr. Efectivamente, el protagonista era un absoluto encanto físico e intelectual, aparte de tener las características adecuadas en su personalidad para poder conseguir a la mujer que él quisiera. Yo lo miraba embobada, lo digo ahora sin asomo de vergüenza, pero en el fondo estaba vacío, lo sentía incompleto. Me distraje unos minutos de la película, porque soñar no cuesta nada, y me preguntaba qué haría yo si pudiera conseguir al hombre que yo quisiera sobre la tierra, mientras el pobre IronMan se las ingeniaba para llamar mi atención en medio de sus explosiones, sus armas y su caos. 

La respuesta fue tan simple que me impactó, y finalmente resultó que si yo pudiera elegir a cualquiera sobre la tierra, al que yo quisiera, de todas formas volvería a perderme en los brazos del gigante que estaba sentado al lado mío desde hacía algunos meses. ¿Y si usted estaba de mal humor porque sus jefes eran un desastre? De todas formas lo elegiría a usted, y me haría feliz alegrarle el día de alguna forma que se me ocurriera.  ¿Y si estaba usted con esos celos ridículos? Le recordaría por qué lo adoraba con tanta devoción y por qué mis horas no tenían dueño diferente a usted. Si era domingo y no se había bañado, si le dolía la barriga, si me tocaba enseñarle a bailar, si me tocaba madrugar para ir a verlo, de cualquier forma, así pudiera yo tener a Robert Downey Jr. para mí solita, lo hubiera elegido a usted sin la menor duda, sin pensarlo, sin contemplar cualquier otra posibilidad. Entonces me sentí profundamente feliz y me empezaron a salir todas las mariposas de mis entrañas y nos iluminaron con su aleteo en la oscuridad de la sala de cine. Usted seguramente no las vio, no lo culpo, pero a lo mejor sí sintió que me recosté en su pecho más cerca de su corazón y le besé el esternón en medio del suspiro más colorido de la tierra. Yo estaba feliz porque pudiendo elegir a cualquier otro lo elegiría a usted, y además lo tenía al lado, y usted me había elegido a mí. Por eso sonreí antes de que IronMan ganara y no me importó hacerle señas para que se acabara la enorme cubeta de palomitas que habíamos comprado. Acababa de descubrir que lo amaba, y esa idea duró implosionándome adentro durante varios días. 

No me sentí débil o vulnerable. Sentí más bien que todas las fuerzas del universo estaban en las palmas de mis manos sólo porque usted estaba conmigo, y que todo iba a salir bien si estábamos juntos. No existía el frío, ni el cansancio, ni el dolor. Sólo estaba usted al final de mi día, o al principio, o en mis pensamientos al menos cuando no nos podíamos ver. Yo lo amaba con mis pulmones, con mis huesos, con las fibras de mi alma, y usted lo sabe. Sabe que me dominaba la lujuria cuando me hacía usted exquisitos platos en la cocina de mi casa con sus cabellos rubios oscuros despeinados y su camisa a medio remangar, sabe que me recogía el pelo y me pintaba los labios de rojo sólo para usted,  sabe que decía cualquier disparate a modo de mentira piadosa con tal de respirar al lado suyo un rato más, sabe que hice todos los esfuerzos posibles para que a usted no le faltara nada que estuviera en mis manos darle.

El problema fue que estos conceptos del amor y del paraíso no son muy comprensibles aún por los humanos, y a pesar de que era mutuo, nos venció el cansancio. No me atrevería a negar que usted lo intentó, ni podría usted decir que yo no cedí, que yo no callé, que yo no hice o dejé de hacer; pero finalmente todo no era más que una tormenta desordenada de celos y reclamos. Usted decía que yo estaba con alguien más, y yo estaba ya cansada de decir que finalmente a mí me cambiaron las reglas iniciales del juego y que a veces me ganaba el hastío y prefería estar sola que pelear con usted. Me desesperaba ver cómo se me escapaba la luz de las manos por cosas que no podíamos resolver, y entre menos luz quedaba, más me quemaba y me cortaba a su paso entre mis dedos, como agua hirviendo, y más débil me sentía; y más tonterías hacía porque no se me ocurría nada sensato para que las cosas volvieran a la preciosa normalidad que no era menos que mi felicidad y mi refugio. 

No, no terminamos bien. No era posible reconstruir ese hogar que eran para mí sus brazos y su corazón, su amor tan paciente y tan precioso, tan cálido y tan omnipresente. Sé que usted me quiso y me amó mucho, no sólo porque no le importara decirlo a los cuatro vientos con la boca llena de destellos y de besos contenidos, sino porque me lo demostraba con sus actos. Yo lo sé, no lo he olvidado ni un solo instante, aunque me cueste reconocerlo. Y ese es el problema: que me olvido de que lo recuerdo, de que está ahí la idea según la cual es tan difícil que en la única vida que tengo como católica bautizada vuelva a encontrar a alguien con quien todas las piezas encajen tan bien como con usted, ni que podamos adorarnos mutuamente con esa devoción y ese desapego de los instintos de supervivencia, ni que me nazca darle todo lo que le dí a usted sin miedo a salir lastimada como ha pasado recientemente. Tengo miedo a veces de que nadie vea en mí lo que vio usted, o que no encuentre yo en alguien esa paz que sentía cuando lo abrazaba y descaradamente dejaba correr algunas lágrimas porque ya no me daba miedo que se escandalizara, porque no sólo ha sido el único que ha visto la franja verde en medio de mis ojos cafés claros, sino que ha sido el único que ha entendido que a veces las lágrimas corrían, no muchas, cuando me costaba tanto trabajo expresarme con palabras. 

Y me olvido de que tengo miedo, pero sigue ahí. Me limita, me estorba, y no puedo meter la mano al baúl sin que salgan enredadas hebras de sus disparates, de mis colombinas de chocolate, de nuestras fotos, de nuestros días, de nuestras sonrisas... de nuestras peleas, de nuestras ofensas, de nuestros cansancios, de nuestros silencios. Sonrío cuando me acuerdo de que antes de hacernos novios lo parecíamos, y cuando me acuerdo de que usted le dijo a mi amigo que estábamos elegantes (en un bus por la séptima) porque veníamos de casarnos en una notaría a escondidas. Sonrío con un fantasma de lagrimita de nostalgia cuando recuerdo que el mejor regalo que me han dado de cumpleaños fue su presencia cuando yo pensaba que no se iba a poder, y además me regaló de navidad un libro y de cumplemes una película. Y se apaga la sonrisa cuando me acuerdo que le reprochaba cuando no me avisaba que había llegado cuando llegaba, no sé por qué nunca me expliqué bien respecto al hecho de que me afanaba que le pasara algo malo, y en últimas el resultado no eran más que las peleas más monumentales de la tierra con sus océanos... Sonrío de nuevo cuando recuerdo que hicimos el arroz pegachento mejor decorado con queso parmesano de mundo (el cual no comimos) y me apago cuando me acuerdo de que al final por cansancio o por orgullo no le decía lo feliz que me hacía dormir la siesta con usted. Y así me la paso en mis insomnios, mojando a veces las fundas con recuerdos líquidos que salen de mis ojos.

Después de haber escrito entre los dos toda esta historia, resulta que soy lo peor que le ha pasado porque no accedí a volver con usted, quien me enseñó una de las lecciones más difíciles de digerir de mi corta vida: Que ni siquiera el amor más grande puede componer lo que lo rodea. Sepa que eso me duele hasta los huesos a veces, pero sonrío de nuevo porque sé que lo hice feliz, que me amó porque el destino decidió darnos ese chance de felicidad a ambos en ese momento, esas alas y esos cimientos para que - al menos para mí- fuera posible concebir mejor la idea de lo que buscaríamos después. Sepa que muchas esquinas, muchos cafés, muchas flores y muchos platos me lo recuerdan, sepa que lo tengo en mis pensamientos y en mis oraciones. Sépalo, que con que lo sienta yo parece que no es suficiente, sépalo para que me ayude a cargar este peso, para que vuele de vez en cuando con nuestros recuerdos y se aliviane el alma, para que dejemos juntos este estuche en orden.

( http://www.youtube.com/watch?v=o7Y-BDsVifQ&feature=related Funciona bien de fondo)