27 de abril de 2013

Cuento 17 - El azar

Cuando ella llegó a la casa, el alma le pesaba más que el abrigo empapado, con la diferencia de que en realidad no se la podía quitar del cuerpo. Las cosas estaban graves, pero tampoco para morirse... ¿O si? Se rio sarcástica mientras calentaba el café. La verdad no era la primera vez, pero nunca había dejado de preocuparle del todo, y en este caso en especial, no había motivos claros. Desde el momento del el vacío de explicaciones no había habido una sola palabra. 

Llevaba varios días así, nadando entre incertidumbres de todos los tonos grises y desenredándose los dedos, el pelo y la ropa de los nudos que cargaba en la cabeza. Estaba algo resignada a que él no le respondiera, pero como en el fondo nunca se resignó a quedarse sin una respuesta, lo único que le quedó por hacer fue suponer. Suponer que ella le había dado demasiada información, que había dejado embarazada a una ex, que había conocido a alguien más, que todo fue una mentira, que estaba en crisis existencial porque el médico le había prohibido alguna comida que le gustara o que estaba amenazado de secuestro por extraterrestres. Todas sonaban igual de probables, pero ninguna lo suficiente para satisfacer su curiosidad. 

A veces sonreía de sólo recordar cómo eran de felices juntos, cómo le alegraban el día sus mensajes y cómo se sentía libre de mandarle un whatsapp a cualquier hora del día para derrochar cariños y buenos deseos. Sonreía soñando despierta, sonreía y era como si viviera esos besos y esos abrazos de nuevo, como si los recordara para no extrañarlos, como si se rehusara a aceptar la idea de que ya no estaban y los tuviera para contener sus angustias. El verdadero problema era cuando los recuerdos y una que otra esperanza estaban dormidos y las angustias se regaban en el café y el el sudor y el temblor de sus manos. La taquicardia se le subía a la cabeza y se le amargaba la tarde de pensar que él ya no estaba, que no había más mensajes de esos, que no hablarían esa noche... que ya no estaban en marzo. 

Y se enfurecía. La cegaba la rabia de nunca haber comprendido qué pasó. Esa tarde en particular, dejó secando el abrigo en el patio y se sentó a tomarse el café, había bastante que hacer para el día siguiente, y ya sentía que el portátil la miraba con gesto de reproche. Como de todas formas no iba a tener paz mientras no tuviera una idea de respuesta, resolvió tirar una moneda. La sostuvo entre sus manos unos segundos y la miró otros mientras se enfriaba un poco el café. Si caía cara, era que todo iba a volver a la anhelada normalidad, si caía sello era que no valía la pena seguir intentando. 

La lanzó desde la silla donde estaba sentada en la barra de la cocina, y como calculó mal sus reflejos, la moneda se fue rodando y se fue entre el sifón del piso. "Muy bien" se dijo, y suspiró, buscando otra en el bolsillo del jean. Le hizo la misma pregunta, la lanzó al aire, y esta vez sí la atrapó. Cara. Sonrió, y le dijo a la moneda "Confírmame, por favor". La lanzó de nuevo. Sello. Sintió que se le detuvo el corazón una corta eternidad. Pero ya tenía una cara, así que mientras la moneda daba vueltas en el aire, ella susurraba "dos de tres, dos de tres, dos de tres, necesito solamente dos de tres...". De nuevo le fallaron un poco los reflejos y cuando atrapó la moneda, estaba vertical entre su dedo corazón y el anular. Torció la boca, balanceándose entre la desesperanza y el optimismo y la lanzó de nuevo. Cara. 

Con el latido del corazón que ya no le cabía en el pecho de la alegría, se sentó alegremente a trabajar y a tomarse el café que estaba un poco más frío de la cuenta. Cada vez que terminaba un capítulo de lo que debía entregar, lanzaba la moneda. Cara. Cara. Cara. Cara. Cara. Cara... Cuando se leventó a comer, la lanzó de nuevo. Sello. Frunció el ceño. La lanzó una vez más, ya con técnica de tahúr después de tanta práctica. Sello de nuevo. 

- Se dañó la puta moneda - se lamentaba. 

La lanzó otra vez. Sello. Se sacó otra del bolsillo para lanzarla. Cara. Sonrió con la satisfacción de que de nuevo todo estaba en su curso normal, y se sentó a comer, hasta que vio la hora. Era tarde, y el trabajo estaba un tanto estancado, así que se llevó el plato de pasta bolognesa al escritorio. La lanzó de nuevo antes de llevar el plato a la cocina. Sello. Lanzó un gruñido... ¿Pero qué le pasaba a las monedas? Se devolvió a trabajar con desgano hasta que acabó entre las cifras de ventas, las expectativas de gastos y los porqués inconclusos. Le entró de nuevo la taquicardia y el sudor en las manos mientras imprimía... Sí, él podía haber dejado embarazada a una ex de hacía meses o no quería reconocerle que le estaba yendo terriblemente mal en su campeonato de Pacman con el que estaba esperanzado de conocer Atlanta. También podía haber sucumbido a la amiga esa que estaba encima de él hacía semanas, sí, la que andaba con gafas oscuras hasta en cine y siempre tenía una pantaloneta que apenas hacía la función de censura. Sí, 'Lauris', la misma que lo acababa de mencionar en twitter entre su usual escarcha, mala ortografía y revuelto de mayúsculas y minúsculas para invitarlo a su cumpleaños. Casi pierde la cabeza de imaginárselo con la cara untada de ese colorete anaranjado con matices tornasolados y llegando a la casa oliendo al repelente que solía usar ella como perfume. 

Pero, ¿Y si la de la falla era ella?, se preguntaba mientras ensamblaba las hojas para graparlas. Podía ser ese día que la vio con la ropa de ir a hacer mercado, eso puede decepcionar a cualquiera, no lo culpaba. ¿Y si ella hablaba mucho? Bueno, nunca se sabe, pero él no se habría trasnochado hablando con ella si le molestara. De nuevo -igual que el resto del tiempo- no había respuestas. Y de nuevo estaba furiosa, al punto en el que casi olvida sacar el hardware con seguridad después de haberle mandado copia del documento a su jefe. 

Bueno, y si este tipo no volvía ¿¡qué?! Desde que se le había ocurrido perderse, aparte de amargarle la vida, le había enseñado a vivir sin él. Las matas seguían floreciendo, la ropa se seguía secando, el desorden de la oficina seguía creciendo y la ciudad era el mismo estúpido caos de antes, durante y después, salvo que era apenas justo reconocer que con él todo era más tolerable, hasta las tontas filas de banco podrían ser un plan aceptable. "¿Por qué?" se preguntaba una y otra vez mientras se ponía la pijama y dejaba el documento con las llaves entre la cartera. Pues con o sin motivo, que hiciera lo que quisiera, ya daba igual que estuviera con 'Lauris', o con una miss universo con doctorado de la NASA y una fundación para rescatar ballenas, que estuviera agotado del trabajo pensando en vender todo para ise de mochilero por Europa, que estuviera avergonzado de tener varicela a esa edad o que estuviera escondiéndose porque algún homónimo se encontrara en la lista Clinton... podía ser cualquier cosa en realidad. El hecho era que ya no estaba y punto. Y llevaba sin estar ya un par de meses, sin haberla matado del todo (aunque no fuera esa la intención al irse). "Que haga lo que quiera, es su problema", susurró con determinación. 

Haberse resignado le trajo algo de paz, no parecía haber otra alternativa. Al final de la noche, cuando estaba revisando que tuviera suelto para el bus del día siguiente, hubo una pequeña batalla campal con la cremallera del monedero. Sus dedos eran torpes y no le obedecían bien las instrucciones, no medía la fuerza y además sonó el correo en su celular de que el jefe ya había recibido el documento. Y ahí estaba la foto del prófugo con su sonrisa preciosa y sus ojos cafés oscuros para amargarle de nuevo el momento, porque definitivamente todavía le importaba. 

Cuando soltó con una mano la cremallera del monedero para revisar el celular, salieron volando mil monedas en una pequeña fiesta contra el piso de madera. Ella suspiró al borde del llanto, pero le descansó el alma cuando se agachó a recogerlas. Cara, cara, cara, sello, cara, cara, cara, cara, cara, sello, cara, cara, cara, cara... Cara.