A veces siento
miedo de que un día encuentres todo lo que escribí sobre nosotros, sobre ti, y
te reconozcas desde un lente distinto al que te describe un poco empañado cada
mañana mientras te afeitas y te peinas, despierto o cansado respondiendo
correos, revisando y redactando documentos, tamborileando los dedos sobre el
escritorio mientras el café se te enfría un poco. Siento miedo de que cuando
sepas que hablo de ti (sí, tú), te preguntes por el tipo de trastorno que había
secuestrado mis sentidos para ver las cosas así, te rías, o te vayas más lejos
de lo que estás, a lo mejor con la esperanza de encontrar la tuerca que perdí
en algún momento del camino para ponerla en su lugar, ajustar las neuronas y
que yo te empiece a ver como el humano promedio que eres y a nosotros como
víctimas o ganadores de la casualidad de habernos conocido.
Pero a veces
quiero que las encuentres y te descubras entre todo lo que afirmé, quise y
maldije. Que te percibas un poco más allá de lo que te conoces, de lo que te
han dicho, de lo que te enorgullece y de lo que odias de ti, y que así
entiendas un poco lo que yo sentía, lo que yo vivía, y lo que yo era contigo
mientras ese “nosotros” existió hasta que se quebró al punto de no quedarle en
pie una sola letra, porque, por impreciso que haya sido mi lenguaje y por
desproporcionada que haya sido la reacción, sabes bien que me importabas.
Como
consecuencia del ejercicio no sólo verás que eres más adorable y más detestable
de lo que crees, no sólo pasarás a morirte del orgullo y de la vanidad por lo
que me provocabas, sino que -tal vez- a preguntarte cómo terminó así, a ver lo
que irremediablemente no viste en su momento, a respirar profundo y a encender
un cigarrillo. Pero el efecto deseado, independientemente de cualquiera de los
los anteriores o de los posibles, es que una vez capte tu atención (por efímero
que sea eso), me entiendas, entiendas lo mucho que te quise y descubras desde
otra perspectiva, trastornada o no, lo que éramos, lo que significaste y lo que
eras más allá de tu estatura, tu profesión, tus pasatiempos del fin de semana y
los libros que te gusta releer.
Lo que pase
luego es impredecible: quizás lo leas y lo descartes, tal vez mis palabras
te hagan querer recordar, tal vez te hagan querer olvidar. Tal vez te
hagan preguntarte por mí, por cómo estoy y en qué ando, a lo mejor al punto de
llevarte a saludarme o a preguntarle por mí a nuestros amigos en común. Tal vez
esas palabras te sumerjan en una nostalgia transitoria que te confunda y te
haga pensar que me quieres de nuevo a tu lado para planear fiestas fallidas o
salir cansados del trabajo a tomar mojitos. Tal vez te moleste todo lo que haya
dicho con tinta de lava hirviendo de la ira y de la tristeza, y quieras dejar
de leer, pero lo termines de todas formas, porque para ese momento no sólo me
habrás comprendido, sino que habrás encontrado algo de razón en mis reclamos.
Al final, tal
vez te veas como lo que eres, un humano con cualidades y defectos, pero un poco
diferente de lo que pensabas, un poco más amable, guapo e inteligente, pero un
poco más hostil y cobarde. Al final a lo mejor me percibas distinta, más dulce
y racional, pero más ingenua y más desgastada. Todo esto… ¿para qué? Tú sabrás,
y tal vez me dirás. Yo ya hice mi parte.