Siempre que miro las fotos, en especial las que fueron
tomadas cuando yo ya era grandecita, me acuerdo de los eslabones importantes
del evento, o eso me gusta pensar porque no tengo alternativa: de los helados y
las obleas con mis abuelos cerca a Galerías, del uniforme de primaria, de las
navidades donde las tías abuelas. Y muchas veces me gustaría recordar más…
¿Quién tomó la foto? ¿Ese sol duró toda la tarde? ¿De qué sabor era el helado?
¿A qué olía el pasto de allá? ¿Qué perfume tenía mi mamá? No hay lente de
última tecnología -aún hoy- que pueda capturar todo lo que es un momento que a
lo mejor, con el paso de los años, se vuelva acontecimiento, a pesar de que tal
vez al ocurrir no revestía mayor importancia.
No es ingratitud con las fotos, de ninguna manera. Ellas
me permiten viajar un poco en el tiempo, sonreír, anhelar, aunque me tenga que
devolver de inmediato cuando otra foto me llame la atención, o cuando la
realidad me aterrice. No. Simplemente creo que están limitadas a un solo
sentido, al de la vista, y por eso el recuerdo que contienen queda de cierta
forma amputado, sin ser por eso menos hermoso.
Algunas veces con un sentido del humor un poco cruel, el
destino tiene su forma de hacerse entender. En una de esas, cuando yo ya estaba
resignada a no encontrar nada que valiera la pena después de unos meses en los
que tampoco busqué con mucho juicio, a nosotros nos juntó un mes antes de que
yo me fuera a vivir a otro país por un año, con tiquete de regreso, pero un año
al fin y al cabo. Y, dos semanas antes de que yo me vaya, irresponsable y todo,
ahí seguimos.
Anoche te tomaste dos cervezas y yo un coctel de tequila,
y no era por el trago, de verdad me sentía feliz de estar contigo, de contarte
historias y de escuchar las tuyas, de verte sonreír desde el ángulo que me
diera la gana. De sentir tus abrazos. De olerte. De besarte. Luego fuimos a tu
casa, y, recostados en tu cama, hubiera querido tomar una foto de ese momento,
de tu abrazo, de tus ojos, del olor de tu perfume en tu camiseta azul clara. A
lo mejor por eso no me quise dormir del todo, porque quería empaparme los
sentidos hasta los huesos de lo que estaba pasando, con la esperanza de no
tener que hacer grandes esfuerzos después para volver a ese momento, para no
encontrarme con el desespero de quien quiere regresar a un sueño feliz que no
recuerda y tiene que llenar los vacíos de la memoria con retazos de
imaginación.
Las cosas no están para prometer amor eterno o algo así,
sino para (al menos en principio) sonreír al recordar, y quisiera tener memoria
exacta de todos los detalles. Sin embargo, y basada en la experiencia, creo que
estaré en las mismas el día que quiera estar ahí de nuevo, a lo mejor por eso
me aferro tanto al presente, pues no se en qué momento se va a convertir en
otro en el que haya muy poco del actual, al menos de forma claramente
perceptible. Esa es la fortuna y la trampa de crecer.
Dicen que lo feliz que se ha sido, no se lo quita nadie, y
yo a veces no estoy completamente de acuerdo. Creo que esos pedacitos de
felicidad se los roba un poco el paso del tiempo, se los lleva a algún lado y
nosotros nos quedamos con una foto incompleta, a veces mal tomada, que sólo
nosotros la podemos ver así, a menos que se siga tomando y al final tengamos
suficientes versiones del mismo paisaje. Cómo sería eso de útil.