13 de abril de 2016

Reflexión 36 - De los memoriales fallidos…

A veces siento miedo de que un día encuentres todo lo que escribí sobre nosotros, sobre ti, y te reconozcas desde un lente distinto al que te describe un poco empañado cada mañana mientras te afeitas y te peinas, despierto o cansado respondiendo correos, revisando y redactando documentos, tamborileando los dedos sobre el escritorio mientras el café se te enfría un poco. Siento miedo de que cuando sepas que hablo de ti (sí, tú), te preguntes por el tipo de trastorno que había secuestrado mis sentidos para ver las cosas así, te rías, o te vayas más lejos de lo que estás, a lo mejor con la esperanza de encontrar la tuerca que perdí en algún momento del camino para ponerla en su lugar, ajustar las neuronas y que yo te empiece a ver como el humano promedio que eres y a nosotros como víctimas o ganadores de la casualidad de habernos conocido.
Pero a veces quiero que las encuentres y te descubras entre todo lo que afirmé, quise y maldije. Que te percibas un poco más allá de lo que te conoces, de lo que te han dicho, de lo que te enorgullece y de lo que odias de ti, y que así entiendas un poco lo que yo sentía, lo que yo vivía, y lo que yo era contigo mientras ese “nosotros” existió hasta que se quebró al punto de no quedarle en pie una sola letra, porque, por impreciso que haya sido mi lenguaje y por desproporcionada que haya sido la reacción, sabes bien que me importabas.
Como consecuencia del ejercicio no sólo verás que eres más adorable y más detestable de lo que crees, no sólo pasarás a morirte del orgullo y de la vanidad por lo que me provocabas, sino que -tal vez- a preguntarte cómo terminó así, a ver lo que irremediablemente no viste en su momento, a respirar profundo y a encender un cigarrillo. Pero el efecto deseado, independientemente de cualquiera de los los anteriores o de los posibles, es que una vez capte tu atención (por efímero que sea eso), me entiendas, entiendas lo mucho que te quise y descubras desde otra perspectiva, trastornada o no, lo que éramos, lo que significaste y lo que eras más allá de tu estatura, tu profesión, tus pasatiempos del fin de semana y los libros que te gusta releer.
Lo que pase luego es impredecible: quizás lo leas y lo descartes, tal vez mis palabras te hagan querer recordar, tal vez te hagan querer olvidar. Tal vez te hagan preguntarte por mí, por cómo estoy y en qué ando, a lo mejor al punto de llevarte a saludarme o a preguntarle por mí a nuestros amigos en común. Tal vez esas palabras te sumerjan en una nostalgia transitoria que te confunda y te haga pensar que me quieres de nuevo a tu lado para planear fiestas fallidas o salir cansados del trabajo a tomar mojitos. Tal vez te moleste todo lo que haya dicho con tinta de lava hirviendo de la ira y de la tristeza, y quieras dejar de leer, pero lo termines de todas formas, porque para ese momento no sólo me habrás comprendido, sino que habrás encontrado algo de razón en mis reclamos.
Al final, tal vez te veas como lo que eres, un humano con cualidades y defectos, pero un poco diferente de lo que pensabas, un poco más amable, guapo e inteligente, pero un poco más hostil y cobarde. Al final a lo mejor me percibas distinta, más dulce y racional, pero más ingenua y más desgastada. Todo esto… ¿para qué? Tú sabrás, y tal vez me dirás. Yo ya hice mi parte.




4 de octubre de 2015

Reflexión 35 - Prueba no superada para Canon, Nikkon y Olivetti, o de las incompletitudes de las cámaras.


Siempre que miro las fotos, en especial las que fueron tomadas cuando yo ya era grandecita, me acuerdo de los eslabones importantes del evento, o eso me gusta pensar porque no tengo alternativa: de los helados y las obleas con mis abuelos cerca a Galerías, del uniforme de primaria, de las navidades donde las tías abuelas. Y muchas veces me gustaría recordar más… ¿Quién tomó la foto? ¿Ese sol duró toda la tarde? ¿De qué sabor era el helado? ¿A qué olía el pasto de allá? ¿Qué perfume tenía mi mamá? No hay lente de última tecnología -aún hoy- que pueda capturar todo lo que es un momento que a lo mejor, con el paso de los años, se vuelva acontecimiento, a pesar de que tal vez al ocurrir no revestía mayor importancia.

No es ingratitud con las fotos, de ninguna manera. Ellas me permiten viajar un poco en el tiempo, sonreír, anhelar, aunque me tenga que devolver de inmediato cuando otra foto me llame la atención, o cuando la realidad me aterrice. No. Simplemente creo que están limitadas a un solo sentido, al de la vista, y por eso el recuerdo que contienen queda de cierta forma amputado, sin ser por eso menos hermoso.

Algunas veces con un sentido del humor un poco cruel, el destino tiene su forma de hacerse entender. En una de esas, cuando yo ya estaba resignada a no encontrar nada que valiera la pena después de unos meses en los que tampoco busqué con mucho juicio, a nosotros nos juntó un mes antes de que yo me fuera a vivir a otro país por un año, con tiquete de regreso, pero un año al fin y al cabo. Y, dos semanas antes de que yo me vaya, irresponsable y todo, ahí seguimos.
Anoche te tomaste dos cervezas y yo un coctel de tequila, y no era por el trago, de verdad me sentía feliz de estar contigo, de contarte historias y de escuchar las tuyas, de verte sonreír desde el ángulo que me diera la gana. De sentir tus abrazos. De olerte. De besarte. Luego fuimos a tu casa, y, recostados en tu cama, hubiera querido tomar una foto de ese momento, de tu abrazo, de tus ojos, del olor de tu perfume en tu camiseta azul clara. A lo mejor por eso no me quise dormir del todo, porque quería empaparme los sentidos hasta los huesos de lo que estaba pasando, con la esperanza de no tener que hacer grandes esfuerzos después para volver a ese momento, para no encontrarme con el desespero de quien quiere regresar a un sueño feliz que no recuerda y tiene que llenar los vacíos de la memoria con retazos de imaginación.

Las cosas no están para prometer amor eterno o algo así, sino para (al menos en principio) sonreír al recordar, y quisiera tener memoria exacta de todos los detalles. Sin embargo, y basada en la experiencia, creo que estaré en las mismas el día que quiera estar ahí de nuevo, a lo mejor por eso me aferro tanto al presente, pues no se en qué momento se va a convertir en otro en el que haya muy poco del actual, al menos de forma claramente perceptible. Esa es la fortuna y la trampa de crecer.

Dicen que lo feliz que se ha sido, no se lo quita nadie, y yo a veces no estoy completamente de acuerdo. Creo que esos pedacitos de felicidad se los roba un poco el paso del tiempo, se los lleva a algún lado y nosotros nos quedamos con una foto incompleta, a veces mal tomada, que sólo nosotros la podemos ver así, a menos que se siga tomando y al final tengamos suficientes versiones del mismo paisaje. Cómo sería eso de útil.


19 de enero de 2015

Lista 1 (el título va al final)


1.     Nunca te quise
2.     Jamás fui feliz contigo
3.     No me arreglaba para verte
4.     Entendí todo perfectamente, por eso no me importó
5.     Dejarte ir fue una decisión fácil, libre y espontánea
6.     Te creí más cuando terminamos que cuando me decías que me querías
7.     No me importó cuando se acabó, así fuera por partes
8.     Me arrepiento de haber insistido en que continuáramos juntos
9.     Borré inmediatamente todas las fotos, chats y demás mensajes
10. No te escribí una línea, ni te boté una sola lágrima
11. No me hiciste falta
12. Me olvidé pronto de tu aroma, de tus abrazos y de tus besos
13. No quiero preguntarle a nuestros amigos por ti
14. Se que volvería a querer a alguien como te quise a ti muy fácilmente
15. No quiero que te acuerdes de lo que soy ni de lo que fuimos
16. Ningún lugar me hace acordarme de nosotros
17. Me alegra que estés muy lejos
18. Me tiene sin cuidado tu felicidad
19. No te tengo en mis oraciones
20. Los besos del tipo de anoche me gustaron tanto como me gustaban los tuyos
21. Preferiría no volver a verte
22. No busco excusas flojas para saludarte, aunque haya meses de por medio
23. Te voy a esperar para siempre


Título: De las 23 mentiras que nunca te dije... y tal vez tampoco supiste sus correspondientes verdades.

10 de diciembre de 2014

Reflexión 34 - La pescadora


Es difícil descifrar las intenciones del destino. De todas las posibilidades que ofrece el censo local, apareciste como si hubiera pedido tu llegada en miles de oraciones, rosarios y misas que no he rezado, pero que de cualquier manera hicieron efecto y al final de ese día el milagro ya estaba hecho, aunque no lo entendí así en ese momento. 

Comenzamos a hablar de todo y de nada como es costumbre en los humanos, a veces respondiendo sólo lo que nos preguntábamos y a veces dando información de más, pero con el paso del tiempo y con la ayuda de una paciencia no deliberada, la confianza y la cercanía se hicieron más fuertes. Al principio se sentía bien. En los días normales, tus llamadas y tener noticias de ti por algún medio se volvían mariposas en el estómago. Me gustaba pensar que no te era totalmente indiferente, porque a lo mejor no lo era -a lo mejor no lo soy-, a lo mejor era cierto que me mirabas diferente, que sonreías bonito, que me hablabas distinto. En los días malos, tus palabras se me volvían luciérnagas que revoloteaban en mis entrañas y se abrían paso en la oscuridad y la tristeza, luciérnagas preciosas que me trastornaban los sentidos y el entorno, todo para bien. 

Cupido, para variar, me hizo el favor a medias, yo muy feliz y todo pero ahí se quedaron las cosas. Curiosamente con el paso del tiempo la dulce plaga que me invadía no se convirtió en un nido de tarántulas o alacranes. No, nada de eso. Aquí sigo pensándote, latiéndote recostada sobre un lecho tibio y opaco de dudas. 

A veces busco cualquier pretexto para saludarte, otras veces te saludo sin motivo alguno, y entonces me saco una luciérnaga o una mariposa por la boca, la enredo en el anzuelo y te lo lanzo cerca. Yo se que lo ves, porque además a veces lo halas y juegas con él (tal vez sin saber que juegas conmigo), pero al final me lo devuelves, de tal forma que debo sacar el bichito del anzuelo para tragármelo otra vez junto con las letras sueltas de las frases con las que se supone que te voy a confesar lo mucho que te extraño. 

La historia no tiene final, al menos en apariencia los bichos siguen teniendo un sabor dulce, aunque a veces se siente un poco seco. Te sigo tirando el anzuelo, te sigue gustando y sigues jugando con él sin morderlo, tan sólo enredándote un poco los dedos con el hilo y haciéndome escenitas de celos sutiles y más bien esporádicas. Te sigo tirando el anzuelo de vez en cuando sin saber todavía qué hacer contigo o conmigo si alguna vez lo muerdes. 

27 de noviembre de 2013

Reflexión 32 - 11:11


Ahora me sobran de a diez minutos por las mañanas y otros tantos por las noches, veinte minutos que estaban antes regados durante el día en los que te preguntaba cómo estabas, te mandaba besos y te recordaba abrigarte. Veinte minutos que no cansan ni lastiman, pero a fin de cuentas veinte minutos que le sobran tanto a mi terca impuntualidad por las mañanas como a mi solitario ocio por las noches. 

***

No se qué hacer con ellos, te siguen perteneciendo a pesar de todas nuestras barreras y de los silencios mutuos. No te puedo odiar porque objetivamente no hiciste nada mal, y tampoco me puedo culpar por haber tenido algo contigo a pesar de tus advertencias, porque finalmente si no lo hubiera hecho así hoy no tendría tantas fotos, sabores y suspiros en los que me quedaría a vivir; escenas que no se marchitan en mis sueños ni en mi memoria, todo está ahí para cuando te vuelva a ver este año o el próximo, esta vida o en la otra. 

***

No se trata de vestidos blancos o diamantes. Se trata de hablarnos, de suspirarnos, de ir a cine y a museos, de comer platos nuevos y de despertarnos juntos. Tampoco se trata de (más) despedidas trágicas y sollozadas. Es más que suficiente hacernos sufrir sólo un poco en lugar de que las palabras y los abrazos se nos queden adentro haciendo inflamaciones de azúcar con sabor a deuda, a nostalgia y a frustración. 

***

Después de ti le tengo más cariño a los engranes del destino y del azar. Los bendigo porque me hicieron descubrir una felicidad, aunque más pasajera, menos mediocre; felicidad que después de descubierta  sabré buscar e identificar en su luz y en la fatiga de escalar a toda velocidad a sabiendas de que al final del trayecto hay un abismo valedero de todos los riesgos. Ya no podré conformarme con menos. Ahora confío, con todos mis sentidos, en la coincidencia de haberte conocido, en el presagio precioso de volverte a ver, en la fe de que, sea para siempre o no, te volverás a enredar en mi pelo. 



8 de agosto de 2013

Reflexión 31 - El blog estrena inquilino...

Mis decisiones se regían por esquemas. Esquemas que variaban de una circunstancia a otra, que cedían sus márgenes a otros esquemas, que se reinventaban cada vez que fallaban, que conocían de clima y fecha, de cansancio, de desesperación, de suerte y de euforia, pero esquemas al fin y al cabo. Yo vivía cómoda y feliz entre todos los muros y todos los laberintos, por eso no los saltaba, sino que los pintaba de colores, los adornaba con perlas y lentejuelas. Ahí estaba cómoda y algo segura, pero como se me olvidó montarle techo a la obra, a veces miraba al cielo y me sentía insatisfecha. 

Y se te ocurrió aparecer, de la nada o del azar, de la impuntualidad o del cambio de planes, daba igual, ahí estabas, y saliste original y no te fuiste. "Uno más en la clase", pensé al principio. "Uno más en el crew de facebook", pensé luego. No te ofendas. Tenía las puertas cerradas, los muros altos y con cercas eléctricas, no pensé que fueras más, ni que yo fuera más para ti, y no es porque no crea en ti o en mí, es porque no estaba en los planes que alguien pasara de ahí. Como los deseos terminan permeando los sentidos, no pude ver nada de lo que pasaba a mi alrededor, la verdad no se qué pudiste percibir tu desde afuera.

De alguna forma que aún hoy no descifro - da igual-, entraste. No se si trasnochando conmigo, no se si te las ingeniaste para que me interesara en tus cosas, no se si simplemente existiendo entraste. No lo se. Cuando me di cuenta estaba caminando contigo en la calle agarrados de la mano, y para ese momento ya habías saltado rejas, muros, enredaderas, laberintos, negativas y cansancios, como quien no quiere la cosa. Y lo hiciste así porque no ibas a encajar en mis tablas, en mis medidas, en mis esquemas, y jamás ibas a caber porque estaban mal por varios lados: Estaban mal de cimientos (derribaste todo, debes estar orgulloso), y estaban mal de concepto si no ibas a encajar por las buenas en ese lugar que ahora te pertenece. 

Eres todo lo contrario a mi amor ideal, pero al fin y al cabo el amor es cosa de humanos y no funciona con ideales, afortunadamente para ambos. Lo drôle es que lo buscaba así la que te habla, como si no fuera yo el absoluto revés y contrario de los esquemas de otros alguienes. Sentí los terremotos y los tsunamis, todos, cuando derrumbaste mi iglú chambón a tu paso, mientras yo buscaba motivos sentimentales, lógicos o fácticos para escaparme por sentirme tan vulnerable; luego los terremotos y los tsunamis dejaron brotar chispas y confetis, porque lo que tenían en el fondo era emoción de que alguien fuera tan valiente o tan despistado de ponerse en esa tarea. Cuando llegaste ya no estaba mi fuerte apache de sábanas, no ha habido una razón para que yo huya de la alegría por el simple miedo a que se me escape de las manos. Ya no hay rejas con corriente eléctrica, pero estás tu para cuidarme cuando paso la calle; ya no hay laberintos que cruzar, pero estás tu para hacer plan de septimazo de cumpleaños de Bogotá; ya no hay muros de concreto y hierro, pero están tus abrazos que me hacen sentir en un fuerte nuclear. 

No me importa que cada uno viva en una punta de Bogotá (aunque despedirse temprano es feo), que me hables en arameo (igual que mi conciencia y mi experiencia) de tus quehaceres en el Mall Mario Laserna, ni que no entiendas mis broncas a – ante – bajo – con – contra – de – desde – durante – en – entre – hacia – hasta – mediante – para – por – según – sin – sobre – tras – versus - vía la Rama Judicial y sus secuaces, porque en últimas con o sin eso, puedo siempre pasar un buen rato contigo, importa que estamos, que te gusta pensarme y que tu presencia me calienta el alma, que dan igual tus dioses o los míos si ambos creemos en nosotros y al acostarme estás en mis oraciones.


Parpadeé y ahí estás. Mis días siguen siendo la lucha entre el ocio y el caos, me canso, me asfixio, me rio, triunfo y fracaso, pero al final estás tu. Me preguntas cómo estoy, me robas un par de sonrisas (aunque se quedan en ambos) y me pones tu bufanda. Al final resulta que no tengo rutinas, peor haces parte de ellas. Al final me importa poco de dónde vienes (aunque tus historias son encantadoras) o quién vivió antes en tu corazón (o en el mío), sino que te gusta mi sonrisa y a mi tu respiración. Al final no importa que esté vulnerable o cansada, porque quiero vivir esta felicidad un rato. Al final quiero ir a cualquier lado, de verdad cualquiera, así sea a perderme, con tal de encontrarte, porque rompiste obstáculos y eres mejor de lo que esperaba. Al final no me escapé.